La especie humana, a diferencia de
las restantes especies animales, tiene y no puede no
tener historia; tiene la facultad y la posibilidad de
proyectar, es por tanto, un animal histórico.
La capacidad de proyectar, implica:
- Capacidad para concebir algo no existente desde
lo existente.
- La existencia de una reflexión interior, sobre la
concepción de un proyecto (la invención del primer
hacha de sílex, no fue la excepción).
Por tanto, el hombre puede pensar el
futuro, tiene posibilidad de espera y esperanza, ambas
diferentes de las de los animales.
El animal puede esperar su presa, para satisfacer una
necesidad del instinto, el hombre en cambio, puede
esperar una situación futura frente a la cual puede
comprometerse libremente, o romper con un compromiso
adquirido: “el hombre es el único animal que
puede prometer….o faltar a su
promesa”.
Esa posibilidad de proyectar del hombre, permite que
pueda, a través de su trabajo, humanizar la naturaleza,
desde un punto de vista político, económico, social,
resolviendo así, y trabajando para ello, una cuestión
vital, esto es, hacer del mundo un lugar habitable.
Pero hay dos cuestiones que aun no ha podido
resolver:
- El temor a la muerte.
- El aburrimiento.
Ambas cuestiones son exclusivas del
hombre, y ante eso ¿qué hace?, ¿qué puede hacer?
Sabemos lo incómodo que puede resultar estar al lado de
alguien que no trabaja, o que está en permanente estado
de aburrimiento, de queja, o al lado de alguien que
manifiesta constantes temores anta la espera de un
suceso trágico, de algo malo que va a suceder, o con
miedos insistentes; todos de alguna manera lo hemos
experimentado, todos hemos estado en situaciones
similares, de estar al lado de alguien así, o nosotros
mismos, estar con esos temores o quejas, de hablar sólo
de nuestros derechos, legítimos no siempre, pero
olvidando nuestros deberes.
La vida, sabemos, es DEFICIENCIA, PROBLEMA y TIEMPO.
Toda vida autentica, es desesperación, y esperanza, el
hombre, de esta manera, es el único animal que se
angustia, esto es, siempre ante el futuro.
El animal, hasta lo que sabemos, cumple con los
mandatos genéticos de la especie: se reproduce, cuida
de sus cachorros, o se los come, según corresponda,
pelea por su territorio, duerme cuando tiene sueño,
caza cuando tiene hambre; el hombre en cambio, es
capaz de abandonar sus hijos, su trabajo, beber o comer
más de lo necesario, comer menos de lo necesario, matar
o robar por placer, aburrirse, drogarse, no poder
dormir cuando lo necesita, transgredir, pero ¿por qué
pasa esto?, ¿para qué obra de tal manera?
Los poetas, dramaturgos a lo largo de nuestra historia,
han dejado sus obras y reflejado en ellas estas
acciones y vaivenes humanos, y aun no tenemos una
respuesta del ¿para qué obramos de esa manera, o sí la
tenemos?
De la fragilidad del mundo y del hombre, uno de esos
poetas, ha escrito:
AMOR, MUNDO EN
PELIGRO |
Hay que tener cuidado,
mucho cuidado: el mundo
está muy débil, hoy,
y este día es el punto
más frágil de la vida.
Ni siquiera me atrevo
a pronunciar el nombre,
por si mi voz rompiera
ese encaje sutil
labrado por alternos
de sol y luna, rayos,
que es el pecho del aire.
Hay que soñar despacio:
nuestros sueños deciden
como si fueran pasos;
y detrás de ellos quedan
sus huellas, tan marcadas,
que el alma se estremece
al ver cómo ha llenado
la tierra de intenciones
que podrían ser tumbas
de nuestro gran intento.
Soñar casi en puntillas
porque la resonancia
de un sueño, o de un pie duro
en un suelo tan tierno
podría derribar
las fabulosas torres
de alguna Babilonia.
Hay que afinar los dedos:
hoy todo es de cristal
en cuanto lo cogemos.
Y una mano en la nuestra
quizá se vuelva polvo
antes de lo debido
si se la aprieta más
que a un recuerdo de carne.
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Hay que parar las gotas
de la lluvia: al caer
en la tierra abrirían
hoyos como sepulcros;
porque el suelo es tan blando
que en él todo es entierro.
Parar, más todavía,
cuando estemos al borde
de algún lago de plata,
el afán de llorar
que su gran parecido
con un lago de plata
en nosotros provoca.
Sí, detener las lágrimas.
Si una lágrima cae
hoy con su peso inmenso
en un lago o en unos
ojos que nos querían
puede llegar tan hondo
que destruya los pájaros
del cielo más amado,
y, haciendo llover plumas,
llene toda la tierra
de fracasos de ala.
No hay que apartar la vista
de los juncos de azogue
donde el calor se mide.
Si el ardor sube mucho
en pechos o en termómetros,
puede arruinar la tierna
cosecha que prometen
tantas letras sembradas
en las cartas urgentes.
Sólo una trémula espera,
un respirar secreto,
una fe sin señales,
van a poder salvar
hoy,
la gran fragilidad
de este mundo.
Y la nuestra.
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PEDRO SALINAS
España, 1891
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Quizá en este poema no esté la
respuesta, o en ningún otro, pero al menos pone
palabras al dolor, a la fragilidad de la vida, donde la
voz del poeta abre la puerta de la posibilidad de
comunicación, derribando la muralla de las
convenciones. Y en el oscuro rincón a que ha quedado
limitado lo realmente humano, la poesía se atreve a
aportar su esperanza de salvación, su esperanza de
integración final de lo humano en la vida:
"Primero fue el Verbo", la
palabra dueña total del
hombre.
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