Lugar clínico posible del Acompañamiento Terapéutico

Antecedentes del Acompañamiento Terapéutico

Freud observó que ciertas manifestaciones patológicas requerían, en el inicio del tratamiento, el empleo de una intervención activa diferente a la contemplada en el método analítico clásico, como ocurre en ciertas fobias, que no son posibles de abordar por el simple hecho de que impiden a los pacientes salir de su domicilio y acudir por sí solos a la consulta. Freud puso como ejemplos la agorafobia leve que presenta aquel sujeto que siente temor de ir solo por la calle, pero que no por ello deja de hacerlo, y la agorafobia grave, donde el único modo que tiene el paciente de protegerse contra la angustia fóbica es renunciar a salir. En este último caso, es necesario que el paciente pueda paulatinamente salir acompañado de su lugar de residencia y, una vez vaya disminuyendo gradualmente dicha angustia, pueda acudir a las sesiones analíticas, abriéndose de este modo la posibilidad de realizar un trabajo analítico.



Por lo tanto podemos considerar a Sigmund Freud el precursor del dispositivo de acompañamiento terapéutico, al considerar la necesidad de acompañar al paciente en esos primeros titubeantes pasos:

«El descubrimiento de que las distintas formas patológicas que tratamos no pueden ser curadas todas con la misma técnica nos ha impuesto otra especie totalmente distinta de actividad. Sería prematuro tratar ya aquí detalladamente de esta cuestión, pero sí puedo haceros ver, en dos ejemplos, en qué medida surge aquí una nueva modalidad activa de nuestros métodos. Nuestra técnica se ha desarrollado en el tratamiento de la histeria y permanece aún orientada hacia esta afección. Pero las fobias nos obligan ya a salirnos de nuestra conducta habitual. No conseguiremos jamás dominar una fobia si esperamos a que el análisis llegue a mover al enfermo a abandonarla, pues no aportará entonces nunca el análisis el material indispensable para conseguir una explicación convincente de la misma.

» Por tanto, habremos de seguir otro camino. Tomemos como ejemplo la agorafobia en sus dos grados, leve y grave. El enfermo de agorafobia leve siente miedo de ir solo por la calle, pero no ha renunciado a hacerlo. El enfermo grave se protege ya contra la angustia, renunciando en absoluto a salir solo. Con estos últimos no alcanzaremos jamás resultado positivo alguno si antes no conseguimos resolverlos, por medio del influjo analítico, a conducirse como los primeros, esto es, a salir solos a la calle, aunque durante tales tentativas hayan de luchar penosamente con la angustia. Así pues, hemos de tender antes a mitigar la fobia, y una vez conseguido esto mediante nuestra intervención activa, el enfermo se hace ya con aquellas ocurrencias y recuerdos que permiten la solución de la fobia.

» La actitud expectante pasiva parece aún menos indicada en los casos graves de actos obsesivos, los cuales tienden, en general, a un proceso curativo «asintótico», a una duración indefinida del tratamiento, surgiendo en ellos, para el análisis, el peligro de extraer a luz infinidad de cosas sin provocar modificación alguna del estado patológico. A mi juicio, la única técnica acertada en estos casos consiste en esperar a que la cura misma se convierta en una obsesión, y dominar entonces violentamente con ella la obsesión patológica. De todos modos, no debéis olvidar que con estos dos ejemplos he querido solamente presentaros una muestra de las nuevas direcciones en que parece comenzar a orientarse nuestra terapia. Para terminar, quisiera examinar con vosotros una situación que pertenece al futuro y que acaso os parezca fantástica». nota [1. Sigmund Freud, «Los caminos de la terapia psicoanalítica», O.C., p. 2461.]

De este modo Freud plantea la dificultad del trabajo analítico y la atención de ciertos casos, de o que se puede deducir la necesidad de implementar otros dispositivos de atención, en este caso el acompañamiento terapéutico, que posibilite a contención y atención de aquellos pacientes que en un momento determinado de sus vidas no puedan asistir por sí solos a una consulta o necesiten la presencia de un profesional para abordar las tareas cotidianas. La sanidad pública no presta la debida atención a los problemas psíquicos, el número de citas que puede brindársele a un paciente en los centros de salud es mínimo y no cumple las mínimas condiciones clínicas, por tanto quien desee y necesite esta atención debe recurrir al ámbito privado. Ya Freud nos advirtió de esta falencia refiriéndose al ámbito psicoanalítico pero que podemos extrapolar a todo el marco sanitario:

«Sabéis muy bien que nuestra acción terapéutica es harto restringida. Somos pocos, y cada uno de nosotros no puede tratar más que un número muy limitado de enfermos al año, por grande que sea su capacidad de trabajo. Frente a la magnitud de la miseria neurótica que padece el mundo y que quizá pudiera no padecer, nuestro rendimiento terapéutico es cuantitativamente insignificante.» [2. Ibídem.]