¿Por qué la guerra?: correspondencia entre Freud y Einstein
Albert Einstein y Sigmund Freud mantuvieron un intercambio epistolar en torno a la cuestión de la guerra. Con un breve comentario introductorio reproducimos aquí dicha correspondencia.
La cuestión de la guerra
En 1931, la «Comisión Permanente para la Literatura y las Artes» perteneciente a la «Liga de las Naciones» —organización intergubernamental creada en 1920 con el fin de «promover la cooperación internacional y lograr la paz y la seguridad internacional» según constaba en sus estatutos y que se considera que tras su disolución en 1946 dio origen a las actuales Naciones Unidas [ONU]—, encargó al «Instituto Internacional de Cooperación Intelectual», antecedente institucional de la actual UNESCO, que organizara un intercambio entre intelectuales occidentales representativos, sobre diversos temas que ocupaban a la Liga, y que el resultado de ello se publicara periódicamente.
El Instituto encargó a Albert Einstein que convocara a personalidades relevantes que considerara para debatir sobre cuestiones de interés común.
Invitación de Einstein a Freud:
Einstein sugirió que Sigmund Freud fuera una de esas figuras, y le envió una cartade invitaciónque aquí reproducimos. Freud aceptó la invitación y comenzó entre ellos un intercambio epistolar que se publicó simultáneamente en marzo de 1933, en alemán, francés e inglés. La circulación del material fue prohibida en Alemania.
En un principio, a Freud no le entusiasmó la tarea, como se evidencia en una carta dirigida a Max Eitingon, en la que le confesaba que «había terminado esa correspondencia tediosa y estéril a la que se dio en llamar discusión con Einstein». Luego, le describió a Sándor Ferenczi las circunstancias: «[Einstein] entiende tanto de psicología como yo de física, de modo que tuvimos una conversación muy placentera».1
El 3 de junio de 1938 Freud salió de Viena, algo a lo que se resistía, para ya no regresar, pero no tuvo más remedio dada la situación política: cuatro hermanas fueron enviadas a un campo de exterminio donde murieron, y él pudo exiliarse en Londres gracias a la intervención del diplomático William Bullit, la ayuda del que fue médico el Dr. Max Schur, el pago de una especie de soborno al régimen por parte de Marie Bonaparte y la ayuda de Ernest Jones.
Años antes Freud y Einstein se encontraron personalmente a principios de 1927 en Berlín, en casa del hijo menor de Freud. El intercambio epistolar se realizó entre 1936 y 1939. Entre otros temas, hablaron sobre la creación de un estado judío en Palestina, como consta en la carta fechada el 26 de febrero de 19302 y sobre la guerra.
Freud ya dedicó un texto a la cuestión de la guerra, que escribió poco antes de que comenzara la Primera Guerra Mundial, titulado «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte», un texto con indudable vigencia donde señalaba:
Los pueblos son representados hasta cierto punto por los Estados que constituyen, y estos Estados, a su vez, por los Gobiernos que los rigen. El ciudadano individual comprueba con espanto en esta guerra algo que ya vislumbró en la paz; comprueba que el Estado ha prohibido al individuo la injusticia, no porque quisiera abolirla, sino porque pretendía monopolizarla, como el tabaco y la sal.
Y, en lo que respecta a la manipulación de la información y la propaganda del Estado:
El Estado combatiente se permite todas las injusticias y todas las violencias, que deshonrarían al individuo. No utiliza tan solo contra el enemigo la astucia permisible, sino también la mentira a sabiendas y el engaño consciente, y ello es una medida que parece superar la acostumbrada en guerras anteriores. El Estado exige a sus ciudadanos un máximo de obediencia y de abnegación, pero los incapacita con un exceso de ocultación de la verdad y una censura de la intercomunicación y de la libre expresión de sus opiniones, que dejan indefenso el ánimo de los individuos así sometidos intelectualmente, frente a toda situación desfavorable y todo rumor desastroso.
En esta situación, el Estado impulsa la exaltación del patriotismo que el pueblo debe asumir:
Se desliga de todas las garantías y todos los convenios que habían concertado con otros Estados y confiesa abiertamente su codicia y su ansia de poderío, a las que el individuo tiene que dar, por patriotismo, su visto bueno.3
Los pensamientos expuestos en esta carta destinada a Einstein, están vinculados a otros trabajos sobre temas de actualidad y de carácter sociológico. Por tanto, se recomienda la lectura de este y otros textos freudianos en torno a la guerra, junto a El porvenir de una ilusión (1927), El malestar en la cultura (1930) y, sobre todo, un texto esencial: Más allá del principio del placer, donde Freud propone la existencia de una «pulsión de muerte» y de «destrucción»en el psiquismo humano, textos donde se evidencia el profundo valor de las reflexiones de Freud, así como la calidad de su escritura.
El concepto de «pulsión de muerte», no fue aceptado por eminentes representantes del movimiento psicoanalítico, entre ellos, WilhelmReich y Donald Winnicott. Nosotros consideramos que el concepto de «pulsión de muerte», especulativo sin duda, pero que en la clínica cotidiana no cesa de manifestarse, es pieza fundamental del andamio epistemológico en el que se sostiene la teoría psicoanalítica, y que sin ella, se derrumbaría.
Poco después del estallido de la Primera Guerra Mundial, Freud envió una carta a Frederik van Eeden, psicopatólogo holandés, con quien mantuvo una larga amistad, pese a que éste no compartía las tesis freudianas sobre el oscuro funcionamiento el psiquismo humano. En uno de los párrafos de dicha carta, Freud le señala dos de los postulados centrales del psicoanálisis:
Por un lado, que más allá de la «evolución» de la especie humana, los impulsos primitivos, salvajes y malignos de la humanidad no han desaparecido en ninguno de sus individuos sino que persisten, aunque reprimidos, en el inconsciente, y que esperan la ocasión propicia para manifestarse.
Y junto a esta tesis, la que considera que nuestro intelecto es una cosa débil y dependiente, un juguete y un instrumento de nuestras inclinaciones pulsionales y afectivas, y que todos nos vemos forzados a actuar «inteligente o tontamente» según lo que nos ordenan nuestras actitudes emocionales primarias.
Termina Freud la misiva diciendo:
Es posible que no haya sido totalmente original, pero son muchos los pensadores y los estudiosos de lo humano que han formulado afirmaciones semejantes a estas, y nuestra ciencia las ha elaborado detalladamente, empleándolas a la vez para descifrar muchos enigmas de la psicología.
Poco podemos agregar a estas reflexiones: sin duda Freud se refería a aquellos escritores que tanto veneraba y en los que se apoyaba para construir su teoría, pensadores que escudriñaron y develaron algunos de los laberintos del alma humana, como Dostoievski, Heine, Goethe, Shakespeare… por citar solo algunos.
Strachey, James. (1991). «Nota introductoria» a «De guerra y muerte». Freud, Sigmund. (1992). Obras Completas. Volumen 22. Traducción de José Luis Etcheverry. Buenos Aires: Amorrortu, pp. 179-180. ↩︎
Roudinescu, Elizabeth. (2015). Freud, en su tiempo y en el nuestro. Barcelona: Debate, p. 386. ↩︎
Freud, Sigmund. (2006). «Consideraciones de actualidad sobre la guerra y la muerte». Obras Completas. Tomo VI. Traducción de José Luis López-Ballesteros. Madrid: Biblioteca Nueva, pp. 2102-2117 ↩︎
La «curación» por la palabra
El avance de las ciencias médicas contemporáneas permite prolongar la vida humana, llevar a cabo cirugías y tratamientos médicos complejos y realizar asombrosas transformaciones estéticas en el cuerpo para adaptarlo a un modelo ideal o a un deseo. No obstante, a pesar del notable progreso en neurociencias y psicofarmacología, y teniendo en cuenta políticas de reducción presupuestaria de la atención sanitaria pública y el empuje a su privatización, en nuestro país se mantienen recursos de asistencia básicos en salud mental, aunque el abordaje de los padecimientos psíquicos sigue presentando limitaciones clínicas que consideramos necesario señalar.
El valor terapéutico de la palabra, que tiene su raíz en el pensamiento griego clásico y que solo es recuperado como tal veinticinco siglos después por el psicoanálisis, es la única condición de posibilidad para que el ser humano se destrabe de la biología y haga amistad con ella, para, mediante el tamiz de la palabra, pueda reconocer los límites del cuerpo y del goce paradójico que le ofrece el síntoma.
El síntoma psíquico que puede padecer un sujeto es un complejo entramado pulsional que le ha requerido un gran esfuerzo construir: es una elección inconsciente, cuyo verdadero sentido nunca es evidente y que el sujeto puede llegar a vivir como si estuviese predestinado a ello. Fue a finales del siglo XIX, sobre todo en el centro de Europa, cuando surgieron nuevos modos de considerar las problemáticas mentales.
La inclusión de diferentes psicoterapias, con dispar éxito, aportó a la medicina nuevas herramientas para abordarlas. Sin embargo, perviven métodos de atención de los malestares psíquicos que parecieran desconocer que el ser humano en esencia es lenguaje, es decir, producto y efecto de la palabra.
Fue Sigmund Freud quien subvirtió la concepción del malestar anímico al pasar de una clínica fundamentalmente visual y táctil a otra esencialmente auditiva y verbal, y al
«descubrimiento de la rigurosa necesidad del diálogo con el enfermo, diálogo que ha de abarcar desde el diagnóstico interpretativo hasta la curación por la palabra, la psicoterapia». [1]
A partir de ese momento, inaugurado por la teoría psicoanalítica, será la palabra del paciente, si se le da la oportunidad de expresarla y es escuchada en transferencia(concepto clave de la relación médico-paciente) con el profesional sanitario y con la institución correspondiente, la que oriente al equipo de atención en la posible construcción de un tratamiento para ese paciente. Orientarsesignifica encontrar, a partir de una región dada, las demás regiones, sobre todo el oriente nos dice ImmanuelKant [2].
Cuando el profesional se encuentra desorientado ante la sintomatología que presenta un paciente, ya que, al fin y al cabo, el conglomerado de síntomas es el objeto de investigación de su trabajo, recurre a su experiencia previa, a sus estudios y, sobre todo, a los manuales de clasificación para formular un juicio diagnóstico que lo libere del desconcierto que pueda generarle los síntomas manifiestos.
La problemática del diagnóstico
Por ejemplo, diagnosticar un paciente como «bipolar», no resuelve ni orienta el tratamiento, tan solo, y eso puede no ser poco, tranquiliza en cierto modo al terapeuta en su labor. Sin embargo puede ocurrir que el diagnóstico se establezca de manera precipitada, no por un discernimiento racional ni un proceso ético y deliberativo con el paciente y con el propio equipo, sino quizá por una exigencia percibida y, en ocasiones, impuesta por la institución, dado que, por lo general, no se admite a un paciente en un servicio sin un diagnóstico. De este modo, dicho diagnóstico es, en realidad, una creencia que, como tal, presenta resistencia a un análisis más detenido.
Todo profesional tiene una intuición inmediata ante la fenomenología sintomatológica que presenta un paciente, pero los años de trabajo y experiencia acumulada no garantizan una precisión diagnóstica, ya que en muchos casos la ideología afianza creencias a través de los años que luego son difíciles de modificar.
El diagnóstico cumple varias funciones, además de calmar la inquietud y la ansiedad del profesional. En ocasiones, el diagnóstico produce alivio en el paciente o incluso en sus familiares, que pasan a pensar que lo que le sucede, por ejemplo un episodio maníaco, es causa de un trastorno interno, inherente a él, que ha emergido de repente y que no es responsabilidad del entorno.
Esta creencia en el diagnóstico no deja de ser una opinión, por tanto como toda creencia es opuesta al saber [3]; es decir, es una hipótesis racional que parte de fundamentos subjetivos, los del profesional, que puede ayudar a situar ciertos efectos objetivos, lo cual no impide que, si está fundamentada, pueda devenir en un saber sobre lo que le sucede al paciente.
[1]Lázaro Sánchez, José. (2004). «Pedro Laín Entralgo: de la Psiquiatría a la Filosofía de la mente», en Gracia Guillén, Diego (ed.). (2004). Ciencia y vida: homenaje a Pedro Laín Entralgo. Bilbao: Fundación BBVA, p. 169.
[2]Kant, Immanuel. (2018). Cómo orientarse en el pensamiento. Traducción de Carlos Correas. Buenos Aires: Quadrata, p. 41.
[3]Kant, Immanuel. Cómo orientarse en el pensamiento, p. 60.
La relación médico-paciente: concepto de transferencia terapéutica
En la teoría psicoanalítica, el concepto de transferenciase refiere al proceso mediante el cual modos de vincularse del paciente se desplazan y actualizan, dentro de la relación terapéutica, en la figura del terapeuta que lo atiende, tanto en una consulta privada como en una institución sanitaria pública hospitalaria o ambulatoria.
Se trata de la repetición de prototipos infantiles vividos con un fuerte sentimiento de actualidad. Un sujeto en tratamiento psicoterapéutico revive y transfiere inconscientemente esos modos de relacionarse en forma de fuertes sentimientos y afectos hacia la figura del médico analista: amor, odio, rechazo, enamoramiento, inclinación erótica, etc.
En virtud de ello, la transferencia es, paradójicamente, obstáculo y motor a su vez del tratamiento analítico, es decir, la herramienta primordial para la instauración y construcción del mismo. Para situar este concepto, consideramos que es necesario dar un breve rodeo por algunos malentendidos respecto a la teoría psicoanalítica.
Hay una opinión vulgarizada contra la teoría psicoanalítica, pero muy extendida en el ámbito clínico y académico, que afirma que la misma propone que prescindir de la represión de los impulsos pulsionales de los sujetos, coartados por las restricciones morales que impone la sociedad, puede resolver ciertas problemáticas psíquicas o anímicas. El propio Sigmund Freud ya advirtió de estos malentendidos afirmando que
«debemos guardarnos de exagerar la participación de la abstinencia en la producción de las neurosis. Solamente en un pequeño número de casos consigue el sujeto poner fin, por medio de la iniciación de unas relaciones sexuales que no perturben mucho a la situación patógena derivada de la privación y de la acumulación de la libido».[1]
Freud se resguardaba de la crítica común de que el tratamiento psicoanalítico impulsaba a los sujetos con padecimientos psíquicos a «vivir sin freno alguno su vida sexual», desafiando la moral convencional, pero afirmaba a su vez que «nadie puede impedirnos que nuestra observación posea un carácter crítico. Por tanto, no podemos tomar la defensa de la moral sexual convencional y aprobar la forma en que la sociedad intenta resolver, en la práctica, el problema de la vida sexual».
Prejuicios de este estilo consideran la teoría psicoanalítica como una especie de doctrina «pansexualista», sin tener en cuenta que el mismo Freud afirmó que la sexualidad humana está presente en todos los órdenes de la vida psíquica y anímica de los sujetos, pero que estos no pueden reducirse solo a ella.
La práctica psicoterapéutica de orientación psicoanalítica acompaña a los sujetos (pacientes, analizantes) a encontrar por sí mismos la posibilidad de reflexionar sobre los hechos sexuales como sobre cualquier otro género de realidades y cuando, terminado el tratamiento
«recobran su independencia y se deciden, por su propia voluntad, en favor de una solución intermedia entre la vida sexual sin restricciones y el ascetismo absoluto, nuestra conciencia no tiene nada que reprocharnos, pues nos decimos que aquel que después de haber luchado contra sí mismo consigue elevarse hasta la verdad, se encuentra al abrigo de todo peligro de inmoralidad y puede permitirse tener para su uso particular una escala de valores morales muy diferente de la admitida por la sociedad».[2]
Por tanto, el efecto terapéutico del tratamiento psicoanalítico, si lo tuviere, no se puede reducir a autorizar al sujeto a prescindir de toda restricción sexual. Esta afirmación es errónea y malintencionada contra el corpus teórico psicoanalítico. El trabajo sanitario para abordar problemáticas psíquicas y anímicas requiere inexcusablemente poner en el centro de la experiencia clínica misma la dimensión del lenguaje.
Un sujeto, un paciente, al hablar, da cuenta de su posición, manifiesta saber más de lo que cree y dice más de lo que quiere, pero es en la escucha analítica, esto es, en transferencia, donde ese hablar adquiere un valor diferente al del diálogo, la conversación o la confesión.
El aspecto histórico y cultural de la confesión no debe pasarse por alto en la clínica, ya que puede ser un paso previo a renunciar a un hábito perjudial para su salud. El primer efecto de la confesión es liberarse del pecado para, en este caso, prometer seguir las indicaciones del médico. Que el paciente cumpla o no estas promesas dependerá del asentimiento subjetivo de sus actos y situación, que estará sobredeterminado por sus conflictos, sus circunstancias y, sobre todo, sus valores, que pueden actuar como obstáculos o fuentes de una posible deliberación moral.
Cuando se atribuye la causa de una problemática psíquica a un «trastorno de personalidad», por ejemplo, como suele ser habitual en la atención psicoterapéutica, se cae inexorablemente en la trampa de la creencia en la existencia de una causalidad mecanicista. David Hume trajo al centro de la problemática de la causalidadla cuestión de la idea de conexión necesaria cuando afirmó que, entre las cualidades sensibles y
«los poderes de la naturaleza inferimos una conexión y a esta no se la conoce, es el movimiento del espíritu el que reclama una explicación causal»[3].
Cuando miramos los objetos y examinamos la acción de las causas, no podemos descubrir de una sola vez ningún poder o conexión necesaria alguna entre ellos, ni ninguna cualidad que ligue el efecto a la causa y resulte una consecuencia indefectible de esta. La problemática que plantea Hume nos invita a reflexionar sobre el sentido de la idea de «causa», de modo que ya no podemos afirmar que dos objetos que presentan una relación de contigüidad en el espacio y en el tiempo, necesariamente están relacionados de forma causal.
Por tanto, cuando un objeto nos parece estar en conexión con otro, lo único que podemos afirmar es que los dos objetos han adquirido, por inferencia, una conexión en nuestro pensamiento. En la práctica clínica inferir de un síntoma manifiesto, como una aparente tristeza o apatía, que un sujeto padece un «trastorno depresivo» es arriesgarse a realizar un diagnóstico basado únicamente en nuestra percepción, sin pensar, por ejemplo, en el motivo por el que un sujeto se muestra apático o deprimido, o para quién o si lo que subyace a la sintomatología aparentemente depresiva —donde puede habitar en realidad una agresión— es un verdadero estado depresivo. En otras ocasiones se atribuye a la ejecución de un acto impropio por parte de una persona a que padece un «trastorno de personalidad», como si este fuera la causa.
Como destacaremos más adelante, el trabajo clínico con el malestar anímico y sus síntomas manifiestos, está fuera del territorio causal de las ciencias de la naturaleza y del discurso motivacional de la fenomenología[4]. En la realidad psíquica no operan causas discernibles, no hay inferencias estables entre las causas psíquicas y los efectos sintomáticos en la determinación de un diagnóstico[5].
En un tratamiento psicoterapéutico se va estableciendo una relación transferencial entre el terapeuta y el paciente basada en actos, palabras y silencios. El analista debe saber callar, ya que solo en el silencio pueden descubrirse o producirse el sentido de las palabras dichas u oídas, puesto que nada alivia tanto como el «regazo de un silencio abierto por la persona que calla a la persona que habla», el buen clínico «sabe evitar la digresión inútil del paciente y nunca olvida esta doble y sutil función del buen oír»[6].
Estar en silencio no es lo mismo que callar. Un sujeto cuando habla adopta al menos dos modos distintos, uno testifical, donde actúa como testigo de sí mismo, y otro como intérprete de su malestar. El clínico debe posibilitar un espacio en el que el paciente, a través de su discurso, pueda construir una idea, aunque sea errónea, de lo que le pueda estar sucediendo.
Para posibilitar ese momento discursivo, es necesario que el clínico no interfiera con interpretaciones precipitadas ni consejos sobre qué es lo que le conviene al paciente. Destaca Laín Entralgo que es a partir de Freud cuando la anamnesis clínica empieza a entenderse como notificación interpretativa, es decir, que el paciente no solo dice al clínico «lo que en sí y en su mundo ve y siente (o vio o sintió); dícele también lo que para él significa eso que en sí mismo y en su mundo siente y ve»[7].
[1]Freud, Sigmund. (2006). «Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXVII. La transferencia». Obras Completas. Tomo VI, pp. 2391-2401.
[2]Freud, Sigmund. «Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XXVII. La transferencia», op. cit. p. 2393.
[3]Hume, David. (1999). Investigación sobre el conocimiento humano. Madrid: Alianza, p. 97.
[4]Ricoeur, Paul. (2002). Freud: una interpretación de la cultura. México: Siglo XXI, p. 314.
[5]Dor, Joël. (2000). Estructuras clínicas y psicoanálisis. Buenos Aires: Amorrortu, p. 22.
[6]Laín Entralgo, Pedro. (2003). El médico y el enfermo. Madrid: Editorial Triascastela, p. 166.
[7]Laín Entralgo, Pedro, El médico y el enfermo, p. 167.
El llamado «síndrome de burnout» o del «trabajador quemado»
La creación periódica de nuevas categorías psicopatológicas en el campo de la «salud mental» manifiesta el modelo de medicalización que utilizan los organismos responsables de clasificar las enfermedades mentales. Como sucede con el llamado síndrome del «burnout» o del «quemado», con la atribución causal directa a las condiciones laborales de las problemáticas psíquicas y anímicas de los trabajadores. Sin duda ninguna, que las condiciones laborales tendrán efecto en el estado psíquico y físico de los trabajadores, sobre todo si son precarias o directamente de explotación.
En 1974, Herbert J. Freudenberger realizó la primera descripción de este síndrome[1] que fue incluido en la edición CIE-11, en el capítulo 24 («Factores que influyen en el estado se salud o el contacto con los servicios de salud»), en la subcategoría «Problemas asociados con el empleo o el desempleo», con la codificación QD85 como «Síndrome de desgaste ocupacional».
El manual lo define como resultado del sometimiento por parte del trabajador a un estrés crónico en el lugar de trabajo que no ha manejado con éxito.
El síndrome se caracteriza por tres dimensiones:
1) Sentimientos de falta de energía o agotamiento.
2) Aumento de la distancia mental con respecto al trabajo, o sentimientos negativos o cínicos con respecto a este.
3) Sensación de ineficacia y falta de realización. El síndrome de desgaste ocupacional se refiere específicamente a los fenómenos en el contexto laboral y no debe aplicarse para describir experiencias en otras áreas de la vida.[2]
Al valorar estos criterios, consideramos, por un lado, la existencia de ciertas limitaciones conceptuales en la definición del síndrome de «burnout» (por cierto, otro término importado de la concepción cultural anglosajona, que, afortunadamente, por el momento, no ha sido aceptado por la RAE) y, por otro, el ocultamiento de una problemática más compleja con la introducción de una nueva categoría psicopatológica.
La creación periódica de nuevas categorías psicopatológicas manifiesta el modelo de medicalización que utilizan las organismos responsables de clasificar las enfermedades mentales; en este caso, la atribución causal directa las condiciones laborales de las problemáticas mentales en los trabajadores.
Sin duda ninguna, que las condiciones laborales tendrán efecto en el estado psíquico y físico de los trabajadores, sobre todo si son precarias o directamente de explotación. Del mismo modo, es obvio que no todos los trabajadores responden de la misma manera ante una misma situación laboral. Algunos la soportan, otros se derrumban y los que tienen posibilidades, escapan de ella.
En la producción de todo malestar o trastorno psíquico participan en su producción tanto factores de la realidad externa como factores sobredeterminados de la realidad interna de los sujetos. Del resultado de la conjunción lógica, conflictiva y dialéctica de ambos, emergerán o no síntomas o trastornos. A nuestro criterio, no consideramos necesario la creación ni el uso de un término que englobe diversas problemáticas ya conocidas. Uno de los efectos inmediatos de su formulación es la aparición de cursos y «másteres» para la formación de «expertos en burnout», incluso en la ya tan extendida modalidad «online», que prometen la especialización en la nueva patología, así como el surgimiento de consultas psicoterapéuticas y sociedades de consultoría privadas que ofrecen asesoramiento y «coaching» a empresas, sindicatos y a los propios trabajadores afectados por esta psicopatología. Según sus promotores, consultoras y universidades privadas, en busca de un nuevo mercado y clientes, estos másteres en burnout se ofrecen con la promesa de que «están diseñados para profesionales que buscan profundizar en el conocimiento y las habilidades necesarias para prevenir, identificar y manejar el «burnout» en el ámbito laboral, tanto a nivel individual como organizacional».
Cabe destacar que incluso organizaciones sindicales promueven los informes sobre esta «enfermedad» publicados por consultoras, como el de la empresa británica Robert Walters, especializada en la materia y dedicada al «Industry Recruitment» (reclutamiento industrial), que ofrece una guía para empresas con «10 claves para prevenir el “síndrome del trabajador quemado”», que recoge un sindicato nacional y difunde en su propia página web para «ayudar a combatir un trastorno cada vez más común entre la población activa, agregando que: «Asegurarse de que los empleados se sientan recompensados por su trabajo es fundamental para mejorar su satisfacción laboral, y prevenir el síndrome de burnout».[3]
Resulta cuando menos extraño que un trabajador recurra a una consulta privada, a los propios servicios médicos de la empresa en la que trabaja o al médico de Atención Primaria, porque padece un «síndrome de burnout», y que incluso se lo diagnostiquen, cuando, en realidad, tras ese sufrimiento real, se pueden estar ocultando situaciones personales complejas sumadas a unas condiciones laborales a las que, en situaciones extremas, se han denominado desde siempre explotación laboral, en un sociedad donde precisamente, es cada vez más difícil alcanzar (incluso en las sociedades industriales más avanzadas, y quizá por eso mismo) ese «estado positivo de bienestar» que declaró hace ya tiempo la OMS.
Según los propios informes de la OMS, una de cada ocho personas en el mundo sufre algún trastorno mental y un 24% padecerá algún trastorno psicopatológico a lo largo de su vida, de lo cual se deduce la necesidad de que los organismos públicos desarrollen programas de prevención e higiene mental eficaces[4]contra esta pandemia de enfermedades mentales.
En el caso de que se diagnosticara este síndrome a un trabajador, quizá sería pertinente considerar la posibilidad de que tuviera potenciales conflictos psíquicos previos y de que, en todo caso, las circunstancias y las condiciones laborales pasaran a ser un factor desencadenante.
En nuestro medio, rara vez se valora estadística y científicamente el estado psíquico de los trabajadores sanitarios y de los educadores, dos gremios expuestos a situaciones complejas que brindan un servicio esencial para la sociedad, ni se llevan a cabo programas preventivos de psicohigiene laboral.
En cuanto al resto de oficios, ¿cómo habría que valorar los factores de riesgo para ser afectados por «burnout» para los mineros, temporeros, estibadores o los obreros que se suben a un andamio cada día?
Por ello, quienes ejercemos nuestra profesión sociosanitaria desde una orientación psicoanalítica consideramos esencial el análisis personal, ya que es la mejor manera que conocemos de valorar, descubrir y trabajar nuestros propios conflictos psíquicos y anímicos, así como nuestros deseos y frustraciones, además de ser también un imperativo ético para el ejercicio de nuestra práctica.
Un argumento débil a favor de la noción del trabajador «quemado» es considerar que, si se apuntan a las condiciones de trabajo, sería más fácil determinar el problema que padece el trabajador para solucionarlo[5]. Incluso, lo que es más delicado, en el caso de ser diagnosticado, el propio trabajador puede refugiarse en la etiqueta para evitar afrontar otras vicisitudes de su propia existencia y justificar la imposibilidad de resolverlas.
Obviamente, si se resolvieran los factores de precariedad o las condiciones laborales negativas, se eliminaría un factor esencial en el desarrollo de problemáticas mentales. Pero pensar que es el único factor es una hipótesis psicológica ilusoria.
Este tipo de razonamiento reduce el análisis de problemáticas complejas a una ecuación lineal de primer grado { y= f(x)}, incorporando las variables resultaría:
{burnout = f(condiciones laborales)}
Es un razonamiento similar al que en los años sesenta, partiendo de un psicoanálisis mal entendido producto de una lectura errónea, consideraba que las enfermedades nerviosas se debían a la represión sexual de los impulsos y deseos y que, una vez liberados, se resolverían. Sigmund Freud lo llamó «pansexualismo», extrapolándolo a nuestra crítica, aquí sería algo así como un «panlaborismo» que ignora la etiología social y pulsional de las neurosis. Tampoco puede explicarse con el término «burnout» cómo algunos trabajadores, que pudiendo cambiar o dejar un empleo que los explota, no lo hacen.
En El porvenir de una ilusión, Freud hace referencia a estas situaciones, donde el oprimido se mantiene ligado al opresor, y destaca:
«Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explota no es, sin embargo, más que un fragmento de una más amplia totalidad, pues, además, los oprimidos pueden sentirse afectivamente ligados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver en sus amos su ideal»[6].
Todo aquel que trabaja en salud mental ha podido observar con detalle estas situaciones en las que personas se mantienen en el lugar de víctimas, a pesar de poder salir de él, ya sea en el trabajo, la pareja o el entorno social. Del mismo modo que el psicoterapeuta o el médico deben ser agentes activos de salud y no técnicos de «lo mental», al etiquetar al paciente, dependiendo de su carácter, se puede producir un efecto iatrogénico, tomar una actitud pasiva de víctima.
El desgaste profesional y el trabajador sanitario
Los trabajadores de un equipo terapéutico deben tener un espacio propio para analizarse, supervisar su trabajo y dar cuenta de él y de su posición respecto al mismo, es decir, el modo en que se sitúa ante su trabajo, ya que la gestión de los propios afectos, fantasías y pasiones que puedan enturbiar una relación terapéutica compete a todos los integrantes de un equipo terapéutico.
Respecto al análisis personal que puede llevar a cabo un sujeto, Jacques Lacan destaca un hecho, que consiste en que por más analizado que esté un sujeto, siempre habrá un resto, algo que no podrá ser analizado. Diremos que el inconsciente, a la vez que se muestra, escapa como el agua entre los dedos. Sin embargo, la experiencia propia del análisis advertirá al trabajador de ello y le permitirá sostenerse en su oficio.
Los vaivenes afectivos que oscilan entre el amor y el odio son estructurales en todo sujeto humano, ante lo que Lacan llega afirmar, respecto al analista, que:
(…) cuanto mejor esté analizado, más posible será que esté francamente enamorado, o francamente en estado de aversión, de repulsión, sobre los modos más elementales de las relaciones de los cuerpos entre ellos, en relación a su partenaire. (…) si el analista realiza algo así como la imagen popular, o también la imagen deontológica, de la apatía, es en la medida en que está poseído por un deseo más fuerte que aquellos deseos de los cuales puede tratarse, a saber, el de ir al grano con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana[7].
¿Quién que haya trabajado o trabaje con pacientes, sea cuál sea su área y función que fuere, como voluntario, médico, enfermero, psicólogo, trabajador social, etc., no ha experimentado en alguna ocasión lo que Lacan señala en la última frase de la anterior cita?
Uno de los efectos de la falta de psicoterapia personal de los trabajadores sanitarios, puede llegar a ser el llamado síndrome de «burnout», conocido como síndrome del «quemado» en el ámbito hispanohablante o también llamado síndrome de «desgaste profesional».[8] Con esta expresión diagnóstica, como hemos señalado, se hace referencia a un complejo sintomatológico que se manifiesta fundamentalmente manifiesto en agotamiento físico y psíquico, una pérdida de interés por la labor que se realiza y una reacción negativa e incluso hostil hacia el trabajo, los superiores y, en el caso de un trabajador sanitario, a los propios pacientes a los atiende.
El análisis y psicoterapia personal permite al trabajador valorar los aspectos que conforman su situación personal y profesional, y prevenir, en cierto modo, que se lleguen a producir situaciones tan negativas para él, sus allegados, la institución en la que trabaja y, lo que es más grave, los pacientes a los que (des)atiende, que terminan siendo depositarios de la frustración, la apatía o la angustia que puede sentir el profesional.
Con la etiqueta psicodiagnóstica «síndrome de burnout» se puede estar enmascarando, en realidad, una problemática simple o grave del estado psíquico de un profesional sanitario que, por lo general, no se resuelve con una baja o incapacidad laboral temporal, ni con un descanso vacacional, situaciones que tan solo pueden estar encubriendo la problemática de base, corriéndose el riesgo de que la institución donde desempeña su tarea el trabajador termine siendo depositaria de sus conflictos no resueltos, que se entremezclan con los que genera el propio centro sanitario.
Como señala Jorge L. Tizón:
«¿no será que nos duele decir de nosotros mismos y nuestros compañeros que están o estamos deprimidos, ansiosos, con problemas relacionales o de relación en el trabajo irresolubles? ¿O es que el trabajador manual o el ejecutivo de altos vuelos, pueden estar deprimidos, ansiosos o, en general, padecer trastornos psicopatológicos y nosotros, los miembros de las profesiones asistenciales, necesitamos una terminología especial?»[9]
Los estudios científicos sobre esta problemática señalan que los síntomas que componen este síndrome pertenecen a trastornos de ansiedad, trastornos depresivos, trastornos de personalidad y adaptativos, entre otros [10][11].
El síndrome «burnout», es decir, el conjunto de síntomas y trastornos psíquicos que generados no solo por las condiciones laborales, sino también por las sociales, familiares y económicas de nuestra sociedad, no se resuelve solo con dar descanso al trabajador (una especie de tregua), con una baja temporal, con técnicas de relajación (que sin duda pueden ser un buen complemento) o de sugestión como la «desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EDMR) para superar el estrés laboral», como prometen algunos centros psicológicos privados.
A nuestro entender, estas prácticas, que pueden llegar a ofrecer las propias empresas a sus empleados, facilitan una posición apolítica y neutral en quienes las ejercen, sin perspectiva ideológica ni sindical, al aceptar que el sistema es el que hay y que solo pueden modificarse condiciones particulares y puntuales, lo que simplifica un problema que es mucho más profundo y complejo que atraviesa nuestras sociedades avanzadas y, con mucha mayor gravedad, las que lo son menos. En ese sentido, la práctica en salud mental no puede ser apolítica, no se puede atender el sufrimiento o el desamparo de un sujeto sin tener en cuenta el territorio social que habita, su contexto y su situación particular, tal como contempló la Ley de Salud Mental Comunitaria (Community Mental Health Act, CMHA) de 1963, promulgada por el Congreso de los EE.UU., más allá de los insatisfactorios resultados de su aplicación.[12]
Las primeras víctimas sanitarias de este esta situación de medicalización (y en ocasiones son responsables de ello al igual que psicoterapeutas y educadores) después de los pacientes y su entorno, son los médicos de Atención Primaria, que son los primeros que reciben la demanda de atención y no siempre cuentan con los recursos formativos necesarios para afrontarla en las mejores condiciones.
Volvemos a lo que hemos comentado aquí con insistencia: nos referimos a la necesidad de mejora de los sistemas de formación continuada así como cuidar a quienes nos cuidan, es decir, en este caso, a los trabajadores sociosanitarios en todas sus especialidades. Del mismo modo que no se deben apagar los incendios forestales con voluntarios, sino con bomberos profesionales que cuenten con los recursos necesarios para realizar su encomiable trabajo de manera eficaz, protegidos y sin riesgos; (mientras escribimos este párrafo, se están produciendo una cantidad alarmante de incendios en gran parte del territorio, que se ha cobrado ya la vida de una decena de trabajadores, varios de ellos voluntarios).
Si consideramos el término «quemado» como un adjetivo y no como una categoría psicopatológica, por ejemplo: «me siento quemado», o «estoy quemado», la expresión dicha de este modo tiene un sentido inefable. Manifiesta la expresión máxima de impotencia y agotamiento que pueda sentir un sujeto, que trasciende lo físico corporal. Si damos por válido el término «quemado», es para que el sujeto en tratamiento puede llegar a con-moverse desde el lugar en el que se encuentra y no compadecerse, lugar que puede ser de abatimiento o resignación, para comenzar a ponerle palabras y analizar su estado:
¿Cuáles son las circunstancias reales o percibidas de mi trabajo actual?
¿Cuáles son las circunstancias reales o percibidas de mi vida personal (fuera del trabajo)?
¿Cuándo empecé a darme cuenta de que estaba tolerando situaciones impropias, injustas, de explotación, exigencia extrema, etc. (en el trabajo)?
¿Cuánto tiempo llevo en ese estado?
Para dar paso paralelamente al análisis en otros ejes:
¿Me gusta el trabajo que hago, más allá de las circunstancias?
¿Es esto a lo que quería dedicarme? ¿Esta profesión o actividad está dentro del orden de mi deseo?
Sin extendernos más, evidentemente este «cuestionario» no es para dárselo al paciente, ni para comenzar a hacerle un interrogatorio en las sesiones psicoterapéuticas.
Estas preguntas deben emerger en la narrativa del paciente a medida que transcurre los encuentros terapéuticos y en todos los momentos de su vida.
El tratamiento psicoterapéutico debe pasar a ser para el sujeto el centro de su vida, el acto de deliberar consigo mismo, en soledad y en compañía de sus terapeutas. Si el término «quemado» opera en ese sentido, es decir, como compuerta y esclusa para que el sujeto deje poco a poco de habitar la sentina en la que se convirtió su vida, entonces en el término habrá cumplido su función.
[1]Freudenberger, Herbert J. (1974) «Staff Burnout». Journal of Social Issues, 30(1), 159-165. http://dx.doi.org/10.1111/j.1540-4560.1974.tb00706.x
[2]Organización Mundial de la Salud. OMS. (2022). CIE-11. Clasificación Internacional de Enfermedades, 11ª revisión. Obtenido de CIE-11 para estadísticas de mortalidad y morbilidad: https://icd.who.int/browse/2025-01/mms/es#129180281
[3] La consultora británica dedicada a la selección (reclutamiento) de personal, señala en su página que: «El síndrome del trabajador quemado o burnout es una enfermedad en auge tras las consecuencias económicas, sociales y laborales del coronavirus. El 82% de los profesionales ha sufrido este trastorno alguna vez durante su vida laboral»; con esta consigna promociona su servicios con «10 prácticas clave para prevenir el “síndrome del trabajador quemado”». Recuperado en: https://www.robertwalters.es/insights/consejos-de-contratacion/blog/10-practicas-clave-prevenir-burnout.html
[4]Bleger, José. Psicohigiene y psicología institucional, pp. 27-29.
[5]Tizón, Jorge L. «¿Profesionales quemados, profesionales desengañados o profesionales con trastornos psicopatológicos?», p. 328.
[6]Freud, Sigmund. «El porvenir de una ilusión», Obras Completas, Tomo VII. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 2966.
[7]Lacan, Jacques. (2003). La transferencia. El Seminario. Libro 8. Traducción de Enric Berenguer. Paidós: Buenos Aires, p. 214.
[8] Acosta Torres, José; Morales Viera, Lexa; Álvarez Gutiérrez, Gretel; Pino Álvarez, Yamila. (2019). «Síndrome de desgaste profesional en médicos del Hospital Docente Pediátrico Cerro». Revista Habanera de Ciencias Médicas, 18(2), 336-345. Recuperado en: http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1729-519X2019000200336&lng=es&tlng=es.
[9]Tizón Jorge L. (2004). «¿Profesionales quemados, profesionales desengañados o profesionales con trastornos psicopatológicos? Atención Primaria; 33(6):326-30. doi: 10.1016/s0212-6567(04)70801-x. PMID: 15087078; PMCID: PMC7676121.
[10]Mingote Adán, José Carlos. (1998). «Síndrome burnout o síndrome de desgaste profesional». Revista: FMC Formación Médica Continuada en Atención Primaria, ISSN 1134-2072, Vol. 5, Nº. 8, págs. 493-503.
[11]Moreno Jiménez, Bernardo; Gálvez Herrera, Macarena; Garrosa Hernández, Eva; Mingote Adán, José Carlos. (2006). «Nuevos planteamientos en la evaluación del burnout. La evaluación específica del desgaste profesional médico». Atención Primaria; 38(10):544-9. https://doi.org/10.1157/13095925
[12]Erickson, Blake. (2021). «Deinstitutionalization Through Optimism: The Community Mental Health Act of 1963». American Journal of Psychiatry Residents’ Journal. 2021 Jun;16(4):6-7. doi: 10.1176/appi.ajp-rj.2021.160404. Epub 2021 Jun 11. PMID: 37089526; PMCID: PMC10116376
Psicoanálisis: una ciencia conjetural
El psicoanálisis es una disciplina, una ciencia conjetural, que nació en el corazón de la vieja Europa, entre bombardeos y campos de concentración, y que fue llevada a América por hombres y mujeres, muchos de ellos españoles, que huyendo de esas condiciones reinantes en Europa se instalaron en aquellas tierras, donde las posibilidades de trabajo e investigación, tanto sociales y culturales como económicas eran mucho mejores.
Un caso aparte fue Sigmund Freud, que resistió valiente o temerariamente en la ciudad de Viena hasta un año antes de su muerte: sólo en 1939, después de que fusilaran a sus hermanas y hermanos, y quemaran sus libros en la puerta de su casa, no tuvo más remedio que exiliarse en Londres, ya que su vida corría peligro y su trabajo se veía fuertemente perjudicado.
Psicoanálisis: los comienzos
La hipnosis y la técnica catártica constituyeron las etapas previas del psicoanálisis, así como los estudios de Freud sobre los fundamentos neurofisiológicos de la vida anímica, que refleja en el Proyecto de una psicología para neurólogos, nota [1. Sigmund Freud. «Proyecto de una psicología para psicólogos», O.C. pp. 208-276.] un intento de explicar el funcionamiento mental, reduciendo los procesos psicológicos a su base neurológica y considerando la mente como una máquina que administra cantidades y flujos energéticos, nota [2. Carlos Gómez Sánchez. Freud y su obra. Génesis y constitución de la Teoría Psicoanalítica, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 69.] y técnicas de los que paulatinamente se fue desprendiendo.
Freud vislumbró que en la formación de los síntomas psíquicos están en juego conflictos entre energías psíquicas pulsionales inconscientes y el propio yo, descubriendo el papel problemático de la sexualidad humana en los diversos malestares anímicos, resaltando que cuando en sus trabajos se refiere a «sexualidad» está hablando en un sentido amplio que no se reduce a la «genitalidad». Posteriormente descartó las primeras hipótesis de la seducción y del trauma como gérmenes de las neurosis, hipótesis que aunque distorsionadas respecto a como fueron concebidas, paradójicamente son aplicadas hoy día por las prácticas «psi» actuales:
«Mi arsenal terapéutico no comprendía sino dos armas, la electroterapia y la hipnosis, pues el envío del enfermo a unas aguas medicinales después de una única visita no constituía una fuente suficiente de rendimiento. Por lo que respecta a electroterapia, me confié al manual de W. Erb, que integraba prescripciones detalladas para el tratamiento de todos los síntomas nerviosos. Desgraciadamente, comprobé al poco tiempo que tales prescripciones eran ineficaces y que me había equivocado al considerarlas como una cristalización de observaciones concienzudas y exactas, no siendo sino una arbitraria fantasía. Este descubrimiento de que la obra del primer neuropatólogo alemán no tenga más relación con la realidad que un libro egipcio sobre los sueños, como los que se venden en baratillos, me fue harto doloroso pero me ayudó a libertarme de un resto de mi ingenua fe en las autoridades. Así, pues, eché a un lado el aparato eléctrico, antes que Moebius declarara decisivamente que los resultados del tratamiento eléctrico de los enfermos nerviosos no eran sino un efecto de la sugestión del médico». nota [3. Sigmund Freud. «Autobiografía», en O.C. p. 2766]
Aquí consideramos importante destacar el uso actual de técnicas psicométricas, que a partir de las llamadas guerras mundiales, en particular la segunda, se constituyeron en un inmenso laboratorio de pruebas para las diferentes prácticas de las disciplinas «psi», para medición de aptitudes y capacidades de los sujetos.
El impulso que recibieron la psiquiatría, la psicología y el nuevo campo de la salud mental se reflejó en la implementación de nuevos métodos de reclutamiento y selección de soldados, así como en el desarrollo y aplicación de test, cuestionarios y escalas y en diferentes experiencias y propuestas en terapias grupales, técnicas psicométricas, etc., técnicas intrusivas de selección de personal y de diagnóstico, que rápidamente fueron y son aplicadas a la población civil.
Ortega Gasset y la traducción de las obras de Freud
Por lo que respecta a la difusión en España de la teoría freudiana, es necesario mencionar un detalle no trivial: fue Ortega y Gasset quien recomendó al editor de la editorial Biblioteca Nueva en 1917 la traducción y publicación de las obras completas de Freud. La traducción de la obra estuvo a cargo del español Luis López-Ballesteros y de Torres (1896-1938) y comenzó a publicarse en Madrid a partir de 1922.
En el prólogo del primer volumen Ortega señala: nota [1. José Ortega y Gasset. Prólogo a las «Obras Completas» de Sigmund Freud, 1922. Madrid, Biblioteca Nueva, 2006, XXIX-XXX].
«La empresa me parece sobremanera acertada y contribuirá enérgicamente a atraer la atención del público amplio sobre los asuntos psicológicos. Han sido, en efecto, las ideas de Freud la creación más original y sugestiva que en los últimos años ha cruzado el horizonte de la psiquiatría»
Recordemos la carta que el propio Freud envía a su traductor castellano el 7 de mayo de 1923:
«(…) Siendo yo un joven estudiante, el deseo de leer el inmortal «Don Quijote» en el original cervantino me llevó a aprender, sin maestros, la bella lengua castellana. Gracias a esta afición juvenil puedo ahora —ya en edad avanzada— comprobar el acierto de su versión española de mis obras, cuya lectura me produce siempre un vivo agrado por la correctisima interpretación de mi pensamiento y la elegancia del estilo. Me admira, sobre todo, cómo no siendo usted médico ni psiquiatra de profesión ha podido alcanzar tan absoluto y preciso dominio de una materia harto intrincada y a veces oscura.» NOTA [2. Sigmund Freud. «Unas palabras del profesor Freud sobre la versión castellana de sus obras completas», O.C., p. XLV.]
Los motivos por los cuales el psicoanálisis, en el caso particular de España, encontrara y siga encontrando tantas resistencias, es un tema para un debate o discusión que requeriría de otro espacio de análisis. Lo que nos parece importante destacar, sin embargo, es que su difusión encontró resistencias tanto en el ámbito académico como en la práctica clínica, privada y pública. Esto resulta tanto más sorprendente si consideramos que la teoría psicoanalítica cumple con la consigna de los clásicos griegos —Hipócrates y Asclepio fundamentalmente—, que consiste en tratar los malestares de los hombres y mujeres a través de la palabra, y aún más si pensamos que es desde el propio psicoanálisis donde fueron surgiendo la infinidad de psicoterapias y psedoterapias actuales.
Resistencias al psicoanálisis
Por lo que concierne a Freud, que podemos considerar el fundador de una clínica de la escucha, algunas de sus tesis y afirmaciones pusieron al psicoanálisis en una situación de sospecha y rechazo. Entre ellas podemos citar:
El descubrimiento de que en la vida infantil, desde el nacimiento, ya hay sexualidad, a diferencia de lo que se pensaba en la época de esta afirmación, esto es, que la sexualidad emergería en las puertas de la vida adulta. Esto que rudimentaria y vulgarmente se acepta hoy —se habla de traumas infantiles, de las consecuencias de un abuso sexual para la vida del niño—, en ese momento fue considerado como una herejía.
La tesis según la cual la sexualidad no se reduciría a la genitalidad, como aún hoy creen los médicos positivistas, psiquiatras, psicólogos y sexólogos.
El descubrimiento, que llevó a Freud a apartarse de la Sociedad Médica de Viena, de que la histeria no es una problemática psíquica exclusiva de la mujer, sino que también el hombre puede galopar a lomo de la histeria, descubrimiento que en la mencionada conservadora sociedad médica europea resultó intolerable.
La tesis según la cual la pulsión no tiene un objeto definido que la satisfaga —no hay un objeto para cada necesidad—, esto es, que la pulsión, a diferencia del instinto, no está determinada biológicamente, como puede observarse en el fetichismo, donde alguien puede «gozar» con una prenda de vestir, un zapato, una jeringuilla, etc.
Pese a estas resistencias al psicoanálisis, nuestro lenguaje cotidiano está habitado por términos que esta disciplina produjo como conceptos teóricos —resistencia, represión, deseo inconsciente, complejo, acto fallido, lapsus, identificación, libido, pulsión, narcisismo, sublimación, inconsciente…—, pero cuyo uso rutinario se ha apartado del valor epistemológico original, con la consecuencia de que dichos conceptos han sido devaluados en el habla común, incluso por obra de algunas corrientes desviadas dentro del propio movimiento psicoanalítico.
¿Qué es el psicoanálisis?
Sigmund Freud lo definió como:
un método para la investigación de procesos anímicos inaccesibles de otro modo;
un método terapéutico de perturbaciones neuróticas basado en tal investigación;
una serie de conocimientos psicológicos así adquiridos, que van constituyendo paulatinamente una nueva disciplina científica.
El sujeto, viene a decirnos el psicoanálisis, se produce en la palabra, más allá del determinismo cientificista que busca en los genes la causa de los malestares psíquicos. Se han cumplido más de cien años desde la publicación de la «Interpretación de los sueños»; en las últimas décadas, con los avances de las neurociencias, el psicoanálisis parece relegado a un segundo plano, cuando del entendimiento del sufrimiento psíquico se trata.
El hombre sufrió a lo largo de su historia tres grandes «humillaciones» o, en palabras de Freud, tres «heridas narcisistas»:
la primera de ellas proviene de Copérnico, quien demostró que la tierra gira alrededor del sol, privando de esta manera al hombre del lugar central que creía ocupar en el universo;
luego vino Darwin a demostrar que venimos de un proceso de selección ciego, nos destronó de nuestro lugar de honor entre los seres vivos;
y por último el propio Freud, al develar el rol predominante del inconsciente en los procesos psíquicos, demostró que el yo no gobierna en su propia casa, como se creía hasta ese momento, sino que está sometido a sobredeterminacionespsíquicas que desconoce.
Derroteros cuestionados del psicoanálisis
Aunque el psicoanálisis no es una filosofía ni lo pretende ser, entabla con esta un diálogo e incluso confrontaciones mucho más fructíferas que las que pudo haber tenido con las diferentes corrientes de la psiquiatría, la psicología y psicoterapias derivadas de estas.
El psicoanálisis, que tampoco es una psicología ni una psicoterapia, piensa y trabaja el malestar del ser humano como sujeto, no como individuo. Esto queda claramente establecido con los aportes de Jacques Lacan a la ciencia conjetural fundada por Sigmund Freud, quien planteó, en diferentes momentos de su obra, un desencuentro entre la filosofía y el psicoanálisis, afirmando paradójicamente en algún escrito que sus verdaderos intereses eran de naturaleza filosófica. nota [1. Sigmund Freud, «Los orígenes del psicoanálisis», en Obras Completas, Editorial Biblioteca Nueva: Madrid. Tomo III. pp. 3433 – 3656.]
Por su postura científica Freud, pese a la opinión de sus críticos, fue reacio a lo especulativo y tuvo una desconfianza aparente hacia la filosofía. En ese sentido aquella filosofía que defiende el imperio de la conciencia, las facultades y la razón como regidores de la vida del hombre, estaría distante del psicoanálisis.
Desde sus primeros estudios sobre el funcionamiento del aparato psíquico, que fue desarrollando a través de la minuciosa observación y escucha del relato de pacientes, principalmente mujeres, que presentaban un amplio espectros de malestares anímicos, Freud se interesó por el pensamiento de aquellos filósofos, así como de los grandes literatos, que se ocuparon de la existencia del hombre, de sus condiciones y avatares. No tenemos más que recorrer las referencias citadas en su obra para ver qué autores y pensadores han sido de su interés y de una constante investigación: Goethe, Sófocles, Platón, Heine, Schiller, Empédocles, Shakespeare, Nietzsche, Schopenhauer…
El psicoanálisis en la universidad
Freud —que sólo impartió algunas conferencias en la universidad y que puso en cuestión la enseñanza del psicoanálisis en las facultades— consideró tanto a Nietzsche como a Schopenhauer pensadores que anticiparon su posterior descubrimiento científico y objeto de su disciplina: el inconsciente. A Schopenhauer, que fue muy crítico con la filosofía académica, Freud lo leyó detenidamente, manifestando las similitudes que en la concepción de la vida anímica tenía su pensamiento con el del filósofo alemán.
Stefan Zweig, Thomas Mann, Ricoeur, Derrida, Deleuze, Foucault, destacaron en diferentes escritos la afinidad entre Freud y otros grandes pensadores Nietzsche, Marx, Schopenhauer.
En expresión de Paul Ricoeur, llamó «maestros de la sospecha» a Marx, Freud y Nietzsche, quienes pusieron en duda la prevalencia de la conciencia en el accionar humano, gobernado en realidad por una conciencia falsa.
Althusser, en un sugerente texto, nota [2. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op.cit., 1996], señala que el fundador del psicoanálisis fue un hijo natural e ilegítimo de la razón occidental, no deseado por ésta por haber puesto en cuestión la moral y las buenas costumbres burguesas.
Por su parte, Jacques Lacan, otro pilar fundamental de la teoría psicoanalítica junto con Melanie Klein y Donald Winnicott, trabajó incesantemente el pensamiento de Spinoza desde su juventud universitaria. En sus seminarios contaba con la participación de pensadores de la talla de Foucault, Hyppolite, Merleau-Ponty, Bataille, entre otros. También Lacan fue crítico con la filosofía académica, aunque nunca dejó de establecer un intenso diálogo con los principales pensadores de su época que asistían a sus seminarios, llegando a formular que:
Ser psicoanalista es, sencillamente, abrir los ojos ante la evidencia de que nada es más disparatado que la realidad humana. nota [3. Jacques Lacan, «El fenómeno psicótico y su mecanismo» en El Seminario, libro 3: Las psicosis, Paidós, Buenos Aires, 2001, p. 120.]
El psicoanálisis en la clínica
La práctica clínica actual en «salud mental», ya sea en el ámbito privado o en el público, no contempla al paciente que demanda atención como un sujeto que tiene deseos, sexualidad, angustia, como un sujeto que fue construyéndose a través de identificaciones y alienaciones, atrapado en una sociedad que prioriza la imagen y el fetichismo de la mercancía. Este modo de atención predominante no considera la palabra del paciente y ni siquiera da la posibilidad que éste se interrogue sobre su propia posición ante el malestar que manifiesta a través de diversos síntomas.
La psiquiatría y la psicología oficial en ocasiones taponan al paciente con fármacos, test y técnicas de modificación de la «conducta», y en ocasiones con electroterapias, intentando «normalizar» el dolor, estandarizando los tratamientos, afianzando el síntoma en lugar de escucharlo, generando una posición «pasiva» del paciente, en la que éste queda a la espera de que un psicofármaco resuelva su malestar. Además, demasiado a menudo estas prácticas pasan por alto que el malestar del sujeto —que ellas tienden a relegar a una dimensión privada, individual— está estrechamente imbricado con el entorno social, a pequeña y gran escala y, en última instancia, con el «malestar en la cultura».
Los últimos trabajos de Freud abordan, de manera más explícita que las obras anteriores, el malestar contemporáneo en la cultura, apuntando siempre a las cuestiones clásicas de la filosofía para explorar el para qué y el cómo los sujetos «enferman», y llegando a abarcar una dimensión verdaderamente cultural y social.
(…) Mi interés luego en un largo détour en la Ciencias Naturales, la Medicina y la psicoterapia, volvió a los problemas culturales que tanto me habían fascinado largo tiempo atrás, cuando era un joven apenas con la edad necesaria para pensar. En el seno de mi labor analítica (1912) ya había intentado en Tótem y tabú emplear los nuevos hallazgos descubiertos por el análisis a objeto de investigar los orígenes de la religión y de la moral. Llevé recientemente esa investigación un paso adelante en dos últimos trabajos: El porvenir de una ilusión (1927) y El malestar en la cultura (1930) (…)
Estos estudios aunque originados en el psicoanálisis y que se alejan mucho de él, tal vez han despertado más simpatía del público que el propio psicoanálisis. (…) Fue en 1929 cuando con palabras no menos fértiles que amistosas, Thomas Mann, uno de los bien conocidos escritores alemanes, encontró un lugar para mí en la historia del pensamiento moderno. Algo más tarde a mi hija Anna, actuando como mi apoderada, se le dio una recepción en la Rathaus de Francfort del Meno, con ocasión de haberme otorgado el premio Goethe para 1930. Ese fue el cenit de mi vida ciudadana. nota[4. Sigmund Freud, Autobiografía, O. C., p. 2799.]
Sin un trabajo de estudio e investigación sobre las producciones de los grandes pensadores de nuestra cultura sería impensable aproximarse a «entender» y «atender» a un sujeto que sufre y demanda atención. Recordemos nuevamente la sentencia de Jacques Lacan refiriéndose al trabajo del psicoanalista:
«Mejor que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época» nota [5. Jacques Lacan, «Función y campo de la palabra y el lenguaje en psicoanálisis», Escritos, op. cit., p. 309.]
La tarea es sencillamente imposible, pero no por ello deja de ser imperativa para el ejercicio de este oficio. nota [6. «Pareciera que analizar sería la tercera de aquellas profesiones “imposibles” en que se puede dar anticipadamente por cierta la insuficiencia del resultado. Las otras dos, ya de antiguo consabidas, son el educar y el gobernar»: Sigmund Freud, Análisis terminable e interminable, O.C., p. 3361.]
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La historia de cada sujeto se fragua lenta o bruscamente por el fuego de decepciones, renuncias, ilusiones, deseos, esperanzas. Pero hasta el último momento de la existencia puede dársele algún sentido a tanto dolor, sufrimiento y algunas alegrías.
En 1929, en un escrito titulado «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Thomas Mann afirmaba sin ambages: «El psicoanálisis, no cabe la menor duda, forma parte del movimiento científico de nuestros días». nota [7. Thomas Mann, «El puesto de Freud en la historia del espíritu moderno», Schopenhauer, Nietzsche, Freud. Alianza, Madrid, 2000, pp. 163-164.] Y agregaba más adelante:
Esta doctrina es revolucionaria. Es revolucionaria no sólo en el sentido científico y en relación con métodos anteriores de conocimiento, sino también en el sentido más auténtico, más imposible de malentender y de tergiversar: es revolucionaria en el sentido de la definición que el romanticismo alemán dio a la palabra «revolución». Resulta conmovedor el hecho de que Freud haya recorrido el duro camino de sus conocimientos en total soledad (…) nota[8. Ibídem.]
En ese sentido Freud fue y es, sin duda, un hombre temido. Temido por su obra, por sus postulados subversivos. Alejó su metapsicología de la psicología y tomó prudente distancia de la filosofía, aun reconociendo que ésta también busca respuesta a los interrogantes por el ser; pero tomó otra vía, la de la investigación sistemática de los procesos psíquicos inconscientes, fundando una ciencia conjetural que desenmascaró la promesa de una felicidad real y reveló lo inútil de pretender conquistarla. «Amor es lo que nos mantiene juntos», decía Novalis; el Eros empuja a la integración, a la unión, el Thánatos, a la destrucción, a la agresividad: Freud nos recordó que ambos cohabitan en las entrañas de nuestra alma.
«El hombre es un ser que no entiende nada del niño, nada de la mujer», [9. Henri Michaux, Un bárbaro en Asia, Tusquets, Barcelona, 2001, p. 127.] sentenciaba Michaux. Freud fue el primero que comenzó a dilucidar los enigmas de la infancia, escuchó atentamente el relato de mujeres, siendo una de ellas la que le brindó la llave de su posterior descubrimiento, se enfrentó por primera vez al ser humano padeciente, herido, como a un sujeto, hablante y deseante, escuchó su voz e investigó su lenguaje. Intelectualmente huérfano y en la casi absoluta soledad, Freud fundó una ciencia conjetural nueva con un objeto propio ―el inconsciente―, cuya problemática central podemos resumir, en palabras de Althusser, como «la “hominización” forzada del pequeño animal humano en hombre o mujer» nota [10. Louis Althusser, «Freud y Lacan» en Escritos sobre psicoanálisis, op. cit., p. 39.] : «Uno de los “efectos” del devenir-humano del pequeño ser biológico originado en el parto humano». nota [11. Ibídem, p. 36.]
A pesar de tantas distorsiones y confusiones, el objeto del psicoanálisis y de los dispositivos como el A.T., que a partir de él se han desarrollado, no es «la locura», «la sin-razón», el malestar, la «anormalidad»…, sino que es, ni más ni menos, lo que hace del sujeto un sujeto.
Quisiera clausurar estas líneas recordando los momentos finales de la vida de Sigmund Freud. Ya en un estadio avanzado de su enfermedad, Freud pidió a su médico personal que le evitara pasar por un tormento innecesario, a lo que el médico accedió, después del consentimiento de Anna, su hija:
El Dr. Max Schur le inyectó tres dosis de morfina de tres centigramos cada una, que acabaron por sumir a Freud, en la madrugada del 23 de septiembre de 1939, en un profundo sueño, inanalizable ya. nota [12. Carlos Gómez Sánchez, Freud y su obra, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, p. 351.]
«Pulsión de muerte» y «principio de realidad»
Wilhelm Reich puso en cuestión uno de los conceptos centrales de la teoría psicoanalítica lo que le generó profundos conflictos institucionales. Partiendo de la teoría de las pulsiones, estructura fundamental del psicoanálisis, aceptaba que la pulsión sexual y la pulsión nutricia o de conservación, tuvieran una base fisiológica pero cuestionó que la pulsión de muerte fuera originaria e innata en los seres vivos tal como la concibió Freud.
Para Reich la pulsión de muerte o de destrucción era una formación —construcción— secundaria y tardía del psiquismo, determinada por las condiciones bajo las que se satisfacen o frustran las pulsiones nutricias y sexuales, señalando que «Mientras que el fundamento corporal de las necesidades sexuales y nutritivas es evidente, el concepto de pulsión de muerte carece de una base material tan clara»[1]. El propio Freud reconoció que la pulsión de muerte era una hipótesis especulativa que le permitía avanzar en su investigación sobre el psiquismo humano.
Reich por su parte, coloca a la pulsión de muerte en el territorio de la economía libidinal: la insatisfacción sexual y alimenticia aumenta la agresión, es decir, desde una concepción materialista y dialéctica la falta de satisfacción de dichas pulsiones incidirá en el incremento de la pulsión de destrucción[2]. De este modo la pulsión de muerte sería una reacción psíquica sobredeterminada por factores coercitivos sociales.
Esta crítica radical de Reich afirmando que la frustración está en la génesis de la pulsión de destrucción no explica que muchos sujetos que no padecieron una frustración objetiva terminen siendo criminales y muchos que si la padecieron no acaben siéndolo: la agresión humana no se elimina necesariamente «asegurando la satisfacción de las necesidades materiales y estableciendo la igualdad entre los miembros de la comunidad»[3]. La respuesta particular a iguales situaciones está sometida a la contingencia que enlaza la singularidad psíquica de cada sujeto, por lo que la crítica reichiana al concepto de pulsión de muerte termina sosteniéndose en una simple teoría del trauma.
En esa línea Reich también analiza la definición del principio de realidad, principio que da cuenta de los límites que la cultura impone a los sujetos frente a las exigencias pulsionales del principio del placer. El principio de realidad, que exige una renuncia temporal o definitiva a la satisfacción inmediata de las pulsiones y deseos, no es un concepto tan simple como algunos seguidores de Freud consideraron. Sin cuestionar que la realidad pone al deseo humano límites y obstáculos para posibilitar la vida en comunidad, Reich considera que los sujetos deben rebelarse contra aquellos límites morales opresores que no le permiten desplegar sus capacidades, facultades y deseos legítimos, por tanto no deberían conformarse con aceptarlos y adaptarse a ellos sin más; cuando un sujeto se adapta a la realidad sin intentar modificarla, se resigna y termina dándola como válida. En un psiquiátrico, un paciente que acata plenamente todas las normas, actividades y medicación que le imponen, es para el hospital un buen paciente, el paciente ideal, pero en realidad es un verdadero enajenado. Por tanto en una sociedad enferma un «paciente-ciudadano» que llegue a ser «curado-adaptado» y que acate todas las normas e imposiciones burocráticas y perversas que la sociedad le impone es un auténtico loco. El principio de realidad tal como lo conocemos en nuestros días, afirma Reich, es el principio de la sociedad capitalista; principio que «exige al proletariado una limitación extrema de sus necesidades»[4]. El principio de realidad que la sociedad capitalista impone al proletariado, y que este debe aceptar como válido, sirve a la conservación exclusiva de su dominio.
[1]Wilhelm Reich. Materialismo dialéctico y psicoanálisis, Siglo XXI Editores, México, 1970, pp. 15.
[3]Sigmund Freud. «El por qué de la guerra». Carta a Einstein de septiembre de 1932, O.C. vol. IX, p. 3213.
[4]Wilhelm Reich. Materialismo dialéctico y psicoanálisis, op. cit. p. 18.
El método de la «interpretación» en la práctica psicoanalítica
La «interpretación psicoanalítica» es una herramienta esencial del trabajo clínico que apunta a desvelar el sentido latente de los síntomas de un paciente, de sus manifestaciones verbales y comportamentales, conformadas por mecanismos propios de la producción psíquica, tales como conflictos y deseos inconscientes.
El analista comunicará al paciente la interpretación que haya elaborado del material que este le brinde siguiendo las reglas que la práctica psicoanalítica exige, con miras a hacerle accesible el sentido latente de un sueño, síntoma, un acto…
En relación a la tarea del médico se atribuye a Hipócrates de Cos la sugerencia de que:
«(…) ningún hombre que vea sólo con los ojos puede llegar a saber nada de lo que se acaba de decir. Y por eso las llamo enfermedades ocultas y así son juzgadas por el arte. Ahora bien, el que sean ocultas no significa que hayan vencido sino que han sido vencidas en la medida en que ello es posible. (…) En efecto, para conocerlas, se requiere más trabajo y no menos tiempo que si se vieran con los ojos. Porque cuantas enfermedades escapan a la mirada de los ojos, quedan sometidas a la mirada de la inteligencia.» NOTA[1. Hipócrates, «Sobre la enfermedad sagrada» en Tratados Hipocráticos. Madrid: Gredos, 2000, pp. 59-60.]
La interpretación pretende dar cuenta del sentido del síntoma en el contexto histórico del sujeto, no de la causa psíquica, NOTA [2. Laplanche, Jean; Pontalis, Jean-Bertrand.Diccionario de psicoanálisis. Barcelona : Paidós, 1996. p. 201-203. págs. 201-203.] teniendo en cuenta que un mismo tipo de síntoma típico (por ej. fobia a las alturas), tendrá sentidos para los diferentes sujetos. El sentido de un síntoma estará en estrecha relación con la vida íntima del sujeto que lo padezca. NOTA [3. Freud, Sigmund. «El sentido de los síntomas». Lecciones introductorias al psicoanálisis. Lección XVII. Obras Completas. Madrid : Biblioteca Nueva, 2006.]
La interpretación de los sueños
La interpretación está en el centro de la teoría y prácticas psicoanalíticas. En el libro «La interpretación de los sueños» —libro fundacional del psicoanálisis, el más extenso de Freud, que mayormente escribía artículos breves y ensayos cortos— Freud expone el primer modelo y la esencia del método analítico de interpretación de sueños, que vino a romper con la tradición —aún vigente en ciertas prácticas— de traducir los sueños dándole a cada uno una explicación estereotipada. Como suele hacerse en la vida cotidiana y en diversas culturas, a los sueños suele atribuírseles premoniciones sobre juegos de azar, catástrofes o desgracias futuras, desligando el sueño de la historia personal del sujeto y de su propia producción psíquica inconsciente. De ese modo el sueño sería una puerta de conexión con una realidad trascendental.
Frente a ello Freud desarrolló un método de interpretación de los sueños, al que pretendió darle estatuto científico, extendiéndolo al resto de producciones del psiquismo.
El objetivo último de una interpretación es apuntar al deseo inconsciente del sujeto y al fantasma psíquico que lo encarna. La técnica de interpretación se emplea para producciones del inconsciente tanto de la vida psíquica normal, tales como actos fallidos, sueños, como de la patológica, por ej. síntomas obsesivos, manías. NOTA [4. Leserre, Daniel.El carácter científico del psicoanálisis: una reconsideración de la argumentación de Freud. Rev. Asoc. Esp. Neuropsiq. 2023, vol.43, n.143, pp.179-196. PDF: https://www.revistaaen.es/index.php/aen/issue/view/num-137]. El analista valorará si ciertas manifestaciones verbales y comportamentales requieren ser investigadas por llevar el sello del conflicto defensivo.
Podemos tener conciencia inmediata de nuestros estados anímicos pero no siempre de los conflictos y entramados psíquicos que lo producen. La hipótesis psicoanalítica de la actividad psíquica inconsciente concuerda con la propuesta de Kant a «(…) no desatender la condicionalidad subjetiva de nuestra percepción y a no considerar nuestra percepción idéntica a lo percibido incognoscible» NOTA [5. Freud, Sigmund. «Lo inconsciente». Obras Completas. Madrid: Biblioteca Nueva, 2006, pág. 2064.] en esa línea de pensamiento el psicoanálisis invita a no confundir la percepción de la conciencia con el proceso psíquico inconsciente, objeto de la misma.
Debido a que el material manifiesto a interpretar lo selecciona el propio psicoanalista tenemos aquí uno de primeros obstáculos en el trabajo analítico: la decisión del analista de seleccionar el material a analizar, hacer una lectura del mismo y por último tomar la decisión de comunicarla o no al paciente. Esto puede considerarse arbitrario y nada científico. Vemos aquí la dificultad de la tarea así como la responsabilidad ética del analista. Recordando que para Freud la interpretación no se debe practicar como un arte en sí, sino que su uso debe quedar sometido a las reglas técnicas del tratamiento analítico.
En ocasiones resultamos angustiados por nuestras propias producciones oníricas tales como un aconteciendo desgraciado, el deseo de dañar a alguien familiar, o mantener en el mismo una relación incestuosa. Todas ellas provocan como poco inquietud y una tentación de encontrarle un sentido o explicación rudimentaria a las mismas. Intentamos entender o interpretar nuestros sueños, nuestros actos, darles un sentido.
Es típico en sujetos bajo un estado paranoico el abuso de interpretaciones de gestos, de frases, de situaciones cotidianas y totalmente intrascendentes pero que para él llegan a tener valor crítico, incluso de riesgo para su existencia.
El analista debe evitar la tentación de precipitarse y de no centrarse en exclusiva en el contenido manifiesto del sueño relatado por el paciente, para dar paso a una interpretación del mismo, o mejor dicho, hacer uso de la técnica de la interpretación como un instrumento cuando el devenir del trabajo psicoanalítico lo requiera, intentando evitar que el mal uso de la interpretación coloque la tarea al borde de una cartomancia. A destacar lo que Lapanche y Pontalis en relación a palabra interpretación utilizada para traducir término alemán Deutung, ya que no contiene todos los matices del término alemán, más amplio y con mayores giros lingüísticos.
El relato que hace un paciente de una estado de malestar anímico, de un sueño, de un episodio de su vida cotidiana en una consulta o la conducta manifiesta de sus actos, es lo que en psicoanálisis se denomina contenido manifiesto. Este es la materia prima y el punto de partida para el analista, material con el que realiza su trabajo. La interpretación que el analista haga de el se halla en el núcleo de la doctrina y técnicas que instauró Sigmund Freud.
Inicialmente el objetivo técnico de la interpretación analítica es desvelar el deseo inconsciente y la posición psíquica que ocupa el sujeto. De este modo la interpretación dicha al paciente, al sujeto en análisis, es una de las intervenciones del analista en el trabajo analítico que consiste en intentar transmitirle al paciente la significación de un acto, del relato de un sueño, de un síntoma, de un malestar. Siguiendo la propuesta de Gregorio KlimovskyNOTA [4. Klimovsky, Gregorio. «Aspectos epistemológicos de la interpretación psicoanalítica». [aut. libro] R. Horacio Etchegoyen. Los fundamentos de la técnica psicoanalítica. Buenos Aires : Amorrortu editores, 1997, págs. 433-456.], en un artículo de incluido en el manual de R. Horacio Etchegoyen sobre técnica psicoanalítica, la interpretación, que no se limita a una explicación causal —punto crucial que intentaremos ampliar—, contempla al menos tres aspectos. El aspecto explicativo (epistemológico); el semántico (semiótico) y el aspecto instrumental. Para ampliar el primer aspecto, diremos brevemente que la epistemología es en esencia la disciplina científica, que dentro del extenso territorio de las ciencias filosóficas, estudia la base conceptual de una ciencia.
Podemos considerar aquí al menos tres aspectos de la interpretación psicoanalítica:
Epistemológico.
Semántico.
Instrumental.
A. Aspecto epistemológico
Se relaciona con el tipo de conocimiento que la interpretación pretende ofrecer. La interpretación analítica es una teoría de bolsillo sobre lo que puede haber detrás de un fenómeno manifiesto, sea este un acto fallido o logrado, una conducta, una frase, el relato de un sueño, un síntoma o un chiste. Este aspecto gnoseológico de la interpretación plantea problemas epistemológicos y por tanto éticos de la labor analítica. Al interpretar el analista formula una proposición, es decir, una sentencia declarativa susceptible de ser verdadera o falsa. La verdad o falsedad de la interpretación por su carácter hipotético no es conocida ni por el paciente ni tampoco para el propio analista. Dado el carácter conjetural de la interpretación emitida, sólo podrá ser ponderada por sus efectos, que podrán manifestarse en el analizante, en el propio analista y en definitiva en la propia relación terapéutica. Cómo puede llegar a manifestarse en cada uno de estos tres lugares se intentará valorar más adelante.
Hay disciplinas que estudian exclusivamente material empírico y otras, tomando los ejemplos que propone Klimovsky, tales como la química o la genética y el propio psicoanálisis operan con material que no es directamente observable. Mayormente las disciplinas del campo de la salud mental, en el esfuerzo de centrase el lo observable y en las categorías diagnósticas, llegan a afirmar que un sujeto que consume cocaína o alcohol en exceso se debe a que es cocainómano o alcohólico, una manera de entender la clínica asignando la causa al efecto. Sin duda alguna debido que en ese modo de abordar las problemáticas psicopatológicas no hay otra pretensión clínica para entender el fenómeno toxicómano.
Como hemos señalado en el caso del psicoanálisis el terapeuta dos tipos de materiales para desempeñar su trabajo. Por un lado el material empírico que ofrece el paciente y, por otro, un material hipotético, no visible directamente, que sería el contenido latente e inconsciente de la actividad psíquica del paciente, que intentará deducir del manifiesto. La conducta del paciente puede llegar a ser observable, pero no así la estructura psíquica inconsciente, las fantasías, afectos y deseos que la producen.
En las nuevas problemáticas encuadradas dentro de la categoría «identidad de género» se toma como verdadera la manifestación verbal del sujeto sobre su identidad. Su sentir, expresado en su relato, es decir, el contenido manifiesto, es tomado por verdadero sin tener ninguna otra consideración. Señalemos aquí que la «identidad» de un sujeto es una producción que va estrechamente ligada, por definición de la teoría psicoanalítica, al complejo mecanismo psíquico denominado «identificación». No nos extenderemos aquí en definirlos, solo haremos mención al postulado social y político enmarcado dentro del discurso de la «identidad de género» que considera que el sujeto es lo que dice que es. Es decir, el sujeto es lo que siente ser. En otro lugar ampliaremos e intentaremos analizar estos planteamientos actuales.
Prosigamos.
La conducta de un paciente puede observarse, describirse y clasificarse, otra cuestión es considerar la estructura y mecanismo psíquicos que la sobredetermine. NOTA [5. «Sobredeterminación» es un concepto de la teoría psicoanalítica, para referirse a las formaciones del inconsciente —síntomas, sueños, lapsus, etc.—, las cuales, a su vez, remiten a una pluralidad de factores determinantes, que se organizan en secuencias significativas diferentes y que no responden a una lógica unidimensional que pueda localizar la causa ni las múltiples causas de dichas formaciones en un factor concreto.] La interpretación analítica pretende trascender la simple descripción y clasificación de la conducta observable del paciente así como el material verbal que transmita. Habitualmente la sociología y la psicología, apoyándose en las categorías de la psiquiatría, recurren a trastornos de personalidad para dar cuenta de la conducta de un sujeto. Esto conlleva el riesgo de desembocar en una explicación causalista de la conducta de un agresor del estilo “agredió debido a sus rasgos antisociales o psicopáticos”; o de otra persona que se suicidó “a causa de su carácter depresivo”, cuando en ocasiones detrás de un suicidio puede estar en juego una venganza hacia alguien cercano que seguirá viviendo y en definitiva será el que verdaderamente se verá afectado por el acto del suicida.
B. Aspecto semántico
Disciplinas como la biología o la astronomía requieren de instrumentos técnicos que posibiliten observar fenómenos que de otro modo sería imposible estudiar, instrumentos como un microscopio o un telescopio que para su correcta utilización requiere que el investigador disponga de los conocimientos necesarios, en este caso los que brindan la óptica y sus leyes. Sin esos conocimientos técnicos sería imposible interpretar y valorar los datos de la observación que brindan dichos instrumentos. Para el psicoanálisis la conducta puede ser observada directamente, mientras que las pulsiones o deseos inconscientes que la genera, no. La psicología y la psiquiatría empíricas consideran que lo científico es valorar lo directamente observable —como la conducta—, que será el material clínico primordial. En psicoanálisis por definición el espacio clínico es más amplio puesto que contempla pulsiones, deseos, afectos, etc., y, por tanto, epistemológicamente más arriesgado y complejo ejercer su práctica.
Para continuar con una definición posible del concepto de «interpretación», sigamos el esquema de razonamiento que propone Klimovsky. Tenemos por un lado el material observable [A] y por otro el material inobservable y por tanto conjeturable [B].
La interpretación intentará primero establecer elementos de [B] y luego vincularlos a [A]:
Un sujeto realiza el acto observable [A] perjudicial para otro sujeto y el actor manifiesta que no fue su intención; el análisis del contexto y del relato del sujeto puede llegar a la hipótesis de que el impulso para la ejecución del acto se encuentra un sentimiento de envidia inconsciente en el actor que le llevó a perjudicar al semejante [B]. Esta hipótesis de correspondencia puede tildarse, y con razón, de ingenua e incluso pretenciosamente especulativa. Sin embargo la vida cotidiana, sin necesidad de haber estudiado a Freud, pone infinidad de ejemplos que a los ojos de un neófito presentan afectos envidiosos, siendo probablemente la envidia el afecto de más sencilla detección en las relaciones humanas.
Tomemos otro ejemplo.
Un sujeto tiene todas las condiciones para la realización de un acto, obteniendo a priori, en el caso de ejecutarlo, un beneficio. Lo ha proyectado e incluso ha expresado con insistencia su interés en llevarlo a realiza. Pese a ello no lo realiza. ¿Qué misteriosa fuerza puede inhibir a un sujeto a llevar a cabo un acto legitimo y beneficioso para él? El psicoanálisis propone que una fuerza inhibitoria que emana de una instancia hipotética que denomina «superyó» es la que impide al «yo» la ejecución del acto beneficioso. A la inhibición se sumará la correspondiente conciencia de culpabilidad y el reproche a sí mismo: el sujeto sentirá conscientemente la culpa por la frustración de no haber ejecutado el acto.
No cabe duda alguna de que ese misteriosos mecanismo psíquico que Freud llamó «superyó» es invisible a los ojos, como la culpa que pueda sentir un sujeto y que solo se hará visible, por ejemplo, si se fustiga en público con golpes de soga en la espalda en una ceremonia religiosa o pagana. En el lenguaje cotidiano, incluso el de los psicólogos y psiquiatras, no es raro escuchar que tal o cual persona carga con una culpa desproporcionada o innecesaria.
La literatura, los estudios filosóficos clásicos y por supuesto la religión, aportan infinidad de relatos en torno a la culpa y el castigo. La inhibición de un sujeto puede resultar intrigante para un testigo y sobre todo para el propio sujeto, que además sufre y se atormenta por «reprimir» una conducta legítima, beneficiosa y quizá merecida como si se impusiera un castigo a sí mismo. La hipótesis de la existencia de dicha instancia psíquica denominada «superyó» la considera el psicoanálisis contrastada apoyándose en infinidad de casos clínicos a lo largo de su joven historia. Para alguien ajeno al psicoanálisis no vería un «superyó» inhibiendo al «yo», vería sólo una conducta incomprensible. Que un sujeto no lleve a cabo un acto que puede llegar a ser beneficioso o placentero, puede llegar a entenderse algo mejor si se le atribuye a la existencia un sentimiento culposo o de no merecimiento.
Los que fracasan cuando triunfan…
En un artículo, publicado en 1916, Freud describió inquietantes rasgos del comportamiento humano habituales en nuestra cultura, intentando dar una explicación lógica a los mismos. Uno de ellos se da en aquellos sujetos que en determinadas circunstancias «fracasan cuando triunfan», es decir, cuando una vez cumplido un objetivo largamente deseado, el sujeto no experimenta la felicidad esperada y por el contario entra en un estado de abatimiento incluso de tristeza. Los otros rasgos que Freud relacionó con los «pálidos delincuentes» de Nietzsche, NOTA [5. Nietzsche, Friedrich.Así habló Zaratustra. Traducción de Andrés Sánchez Pascual. Madrid : Alianza, 2003. págs. 70-72.] se refieren a aquellos sujetos que cometen actos prohibidos y que su ejecución y posterior castigo se enlazan a un alivio psíquico. Freud atribuyó dichos actos a un penoso sentimiento de culpabilidad previo de origen desconocido y que una vez cometida la falta y ser castigada, quedaba mitigada la presión de dicha culpa. Es decir, el sentimiento de culpa sería previo al acto, y el castigo recibido por su ejecución se asociaría a aquél. NOTA [6. Freud, Sigmund. «Varios tipos de carácter descubiertos en la labor analítica». Obras Completas. Madrid : Biblioteca Nueva, 2006, págs. 2413-2428.]
A un estudiante de biología se le enseña a utilizar correctamente un microscopio y a leer los datos que este le facilita, pero ¿de manera a un estudiante de psicoanálisis se le enseña a colegir el contenido latente del psiquismo de un paciente a partir del contenido manifiesto? ¿Cómo se transmiten esas leyes propias del psicoanálisis al futuro practicante? Un microscopio es un instrumento material manipulable que permite observar fenómenos invisibles simple vista. No hay instrumentos análogos que permitan observar el inconsciente ni sus leyes.
Las leyes de la lógica del psiquismo humano, son por la naturaleza de este, necesariamente especulativas, por tanto, la aplicación rigurosa del método científico al psicoanálisis presentará siempre dificultades. Por tanto ¿cómo se puede explicar las conducta de un sujeto que difícilmente llevaría a cabo en soledad pero que sí realiza inmerso en una masa?
El psicoanálisis tiene una propuesta de explicación: mediante el mecanismo principalmente inconsciente que denomina «identificación», término que forma parte tanto del lenguaje corriente como del filosófico, pero con un significado y valor conceptual propio.
Los corredores de bolsa también pueden dar cuenta de otra disciplina cuyas fluctuaciones son impredecibles, y recurren para ello a leyes del orden de lo probabilístico. Si un periódico de prestigio o de máxima difusión, que en realidad es casi lo mismo, publica que a partir del lunes la gasolina subirá un 100%, las colas de la población para abastecerse podrán ser interminables. Las personas harán acopio de todo el combustible posible y que duda cabe que el día martes, ante la escasez de suministro, el precio se elevará sustancialmente, quizá el 100% anunciado. Leyes sociológicas dirán que el efecto de la noticia es producto del estado de pánico en la población, pero difícilmente pueda dar cuenta del modo en que ese pánico se produce en el psiquismo de cada sujeto de dicha población. El pánico es un afecto que se propaga velozmente en la masa. Hemos visto también el acopio de mercadería en los domicilios durante la reciente pandemia. Los medios difundieron las noticas del encierro forzoso y el desabastecimiento debido a la baja de producción industrial, y la consecuencia inmediata fue el pánico en la población que llenaba las despensas, incluso más allá de sus posibilidades económicas.
Efecto de la interpretación en el paciente
Lo inconsciente no existe, sino insiste.
Juan Carlos De Brasi
La interpretación analítica puede ser rechazada por el paciente, serle indiferente o por el contrario producir una actitud adaptativa a la misma, de forma verbal o manifiesta a través de su conducta. El grado de acierto o desatino de la interpretación influirá en las diversas respuestas posibles.
En la vida cotidiana nos encontramos con numerosos intentos de interpretación rudimentaria, entre ellos en el contexto escolar. Por ejemplo cuando se intenta dar una explicación a la conducta «inadecuada» de un niño y nos encontramos con docentes o psicólogos del centro educativo que arriesgan interpretaciones tales como que el infante es introvertido debido a que en casa observa a diario conductas agresivas de sus padres que le atormentan. Tal afirmación no es más que una opinión sesgada por la carga ideológica del que la emite. Sin duda dichas conductas tendrán algún efecto en el niño, pero no necesariamente determinarán sin más su conducta. En la misma línea de realizan diagnósticos como autismo, asperger, etc., que se deducen de conclusiones extraídas de la lectura de un rasgo o un estado anímico temporal propio de la evolución y desarrollo de un niño.
Los actos diagnósticos precipitados aplicando un psicologismo vulgar, tienen que ver, además de estar en relación con el déficit de formación adecuada, con la necesidad de los propios profesionales de justificar sus funciones: académicas en el caso del ejemplo del docente, sanitarias en el caso de un trabajador de la salud. El diagnóstico psicopatológico construye en el mismo momento que se le comunica al paciente los muros de una posible cronicidad que el paciente quizá no pueda atravesar, quedando atrapado tras de el.
La supervisión clínica
En una supervisión clínica, un psicoterapeuta relató que en un encuentro de terapia familiar llegó a la conclusión, y así se lo expresó a los padres, que la envidia entre sus hijos se debía era la causa de ciertos comportamientos agresivos entre ellos. El supervisor le señaló de qué modo en una sola sesión pudo llegar a esa «interpretación», sin más valoraciones, entrevistas, etc. Este modo de trabajo hace que la sesión grupal no sea más que una reunión formal sin valor clínico, salvo por el hecho del espacio donde se produce, el tiempo que conlleva y el pago de la misma. La lectura que hizo el psicoterapeuta no es más que una opinión personal estereotipada sin mas fundamento que el de su intuición, como sucede en las tertulias de los medios de comunicación de masas. La certeza de la conciencia aparente inmediata de lo dado no implica un verdadero saber sobre ello.
Lo que el terapeuta manifestó a los padres se reduce a una explicación rudimentaria, que estos incluso pueden recibir agradecidos, ya que de este modo la causa del “problema” entre sus hijos se debe al afecto envidioso entre ellos, liberándose de ese modo de tener alguna responsabilidad en la situación familiar. Este ejemplo real de una intervención terapéutica de un profesional pone de manifiesto la necesidad de no solo la formación continuada del profesional, sino de su propio análisis personal y de la supervisión clínica, espacio donde dará cuenta a otro, con mayor recorrido, de su propio trabajo e intervenciones, no a modo de vigilancia y control, sino como condición de posibilidad de construcción de un verdadero, dentro de lo posible, caso clínico.
La relación clínica no se establece por el solo hecho de aplicar reglas básicas de un necesario encuadre terapéutico. Destaquemos aquí que una sesión clínica puede producirse en un encuentro de acompañamiento terapéutico en las zonas comunes de un hospital o en un parque público, si las premisas anteriores —formación, análisis personal y supervisión clínica— están establecidas.
Lo que da entidad clínica a un encuentro terapéutico es el marco epistemológico que lo sostenga.
Decir que un niño no tiene capacidad para estudia música “debido que es hiperactivo”, equivale a decir que un sujeto consume cocaína en exceso por ser “cocainómano”. Factores que por otra parte, juristas utilizan como atenuantes ante un acto delictivo que cometió un sujeto, en un intento de rebajar una condena o intentando impedirla, intentando de este modo desligar la responsabilidad moral del sujeto de su propio acto, atribuyéndolo a cuestiones «psicopatológicas».
C. Aspecto instrumental de la interpretación
Las modernas técnicas de comunicación erosionan el arte de la conversación y el diálogo, creando una proximidad artificial que devalúa la relaciones cotidianas, empobreciendo el lenguaje común de manera alarmante. Hecho que se agrava en las relaciones académicas maestro-alumno y la relaciones clínicas médico-paciente con los encuentros “virtuales”, acrecentados también por las circunstancias de la reciente pandemia. Puede parecer indudable la devaluación del valor pedagógico de un seminario o de una consulta médica realizadas de este modo.
Todo paciente que presenta una problemática psíquica tiene una fisura en la capacidad para el diálogo, por tanto la recuperación de ella se presenta como el proceso mismo de la curación. NOTA [7. Gadamer, Hans-Georg.Verdad y método II. Salamanca : Ediciones Sígueme, 2015. pág. 208.] La comunicación con el entorno pudo interrumpirse o estar afectada por estados anímicos, sociales, económicos o ideas delirantes respecto a la realidad exterior en casos de mayor gravedad psíquica. La incapacidad para el diálogo es una de las manifestaciones centrales de las problemáticas psíquicas que por lo general el propio paciente no reconoce, manifestando incapacidad de escuchar y de expresarse. Es necesario mantener un diálogo interno con uno mismo como anticipo del dialogo con otros, sin caer en un monólogo interminable con uno mismo que solo conduce a la paranoia.
En ocasiones al paciente se lo reduce a un informe clínico —sin duda imprescindible para la comunicación entre los propios profesionales, pero de dudoso valor para el propio paciente—, y a las etiquetas diagnósticas que lo identifican como algo ya pensado. De forma análogo a la fórmula hegeliana de donde la «conciencia de si» no está al comienzo sino al final, NOTA [8. Ricœur, Paul.El conflicto de las interpretaciones. México : Fondo de Cultura Económica, 2003. pág.] el diagnóstico se construye a posteriori en el marco del diálogo terapéutico con el paciente.
Una interpretación equivocada dicha a un paciente, señala Freud, no tendrá efecto frente a una acertada. Así como la eficacia instrumental de una interpretación no está ligada necesariamente a la verdad de la misma sino a lo que moviliza en el psiquismo de un paciente. Ahora bien, sabemos que el éxito de una campaña publicitaria no está ligado a la calidad de la mercancía que se ofrece, sino al contexto del mensaje, como bien se puede comprobar en las campañas electorales. La ideología y expectativas de los destinatarios tendrá mucho que ver en la aceptación del producto ofrecido. Pero Freud señala algo que consideramos interesante. La ideología de un paciente, arraigada en su psiquismo, no es suficiente para que los efectos de una interpretación acertada se evidencien.
Ejemplos de interpretaciones rudimentarias en la vida cotidiana los encontramos en el territorio del periodismo. Estamos acostumbrados, incluso abrumados por el ejercicio de interpretación al que someten los periodistas y analistas políticos los hechos de la vida social, económica y política. Interpretan sin tener en cuenta el contexto histórico de un acontecimiento o un hecho puntual. Ignoran los hechos desde la perspectiva histórica en la que se produce y transmiten información, en definitiva, la opinión personal o la línea de opinión dictada por el medio o agencia para la que trabaja.
La interpretación, señala Klimovski, requiere creatividad e ingenio por parte del analista, evitando aplicar fórmulas verbales estereotipadas y como todo oficio grandes dosis de arte. Esto sólo puede lograrlo mediante el estudio, la formación continuada e interminable, el análisis personal y la supervisión clínica, que como hemos señalado, obliga a dar cuenta a otro profesional con la adecuada formación, de las frases y dichos que se le dicen a los pacientes. A esto hay que sumarle, como afirmaba Lacan, la necesidad de unir el horizonte propio a la subjetividad de la época, NOTA [9. Lacan, Jacques. «Función y campo de la palabra y del lenguaje en psicoanálisis». Escritos 1. México : Siglo XXI, 2009, pág. 308.] es decir, el conocimiento de las condiciones de existencia sociales, económicas, culturales de la sociedad en la que ejerce su profesión. El oficio de analista tampoco se garantiza con años de práctica. Sabemos de profesores dedicados al trabajo académico durante años o dentistas que por muchos años que ejerzan la profesión no llegan a ser buenos profesionales. La experiencia y el tiempo de ejercicio, es obvio decirlo, no es garante para llegar a ser un buen trabajador en el desempeño de una profesión.
La «interpretación» es una «construcción»
Freud en ocasiones prefiere utilizar el concepto «construcción» en lugar del de «interpretación» por considerarlo más apropiado cuando la tarea consiste en reconstruir un fragmento de la historia vital del paciente:
«Si en los trabajos sobre técnica psicoanalítica se dice tan poco acerca de las “construcciones” es porque en lugar de ellas se habla de las “interpretaciones” y de sus efectos. Pero creo que “construcción” es desde luego la palabra más apropiada. El término “interpretación” se aplica a alguna cosa que uno hace con algún elemento sencillo del material, como una asociación o una parapraxia. Pero es una construcción cuando uno coloca ante el sujeto analizado un fragmento de su historia anterior (…)» [10. Freud, Sigmund. «Construcciones en psicoanálisis». Obras Completas. Madrid : Biblioteca Nueva, 2006, págs. 3367-3373.]
Para Freud la diferencia radica en que una interpretación se refiere a un elemento simple que ofrece el material manifiesto del paciente como puede ser un acto fallido o el relato de un sueño, mientras que la construcción abarcaría un lapso de tiempo histórico olvidado por el paciente. Sin duda esta diferenciación es problemática. Una interpretación puede referirse a un acto fallido del presente, pero es indudable, siguiendo los postulados del propio psicoanálisis, que todo acto tiene un recorrido de construcción histórica aunque se manifieste en un instante.
Parece razonable pensar que una interpretación implica de por si una construcción, una invitación al paciente a construir y ordenar el argumento de la obra teatral que el mismo actúa. En ambos casos, más allá de la definición de los términos, ni la aceptación ni el rechazo de la hipótesis dicha al paciente deciden sobre su validez. Tanto como que el paciente la de por valida como errónea sólo podrá valorarse a posteriori.
La interpretación psicoanalítica no es ni una recolección de sentido, ni una exégesis. Pensarla de ese modo es abandonar el concepto de inconsciente. La interpretación dicha al sujeto en el marco analítico pretende poner en marcha la producción del inconsciente. Ella no depende ni de las ocurrencias ni del ingenio del analista. Tampoco es una llave que abre la puerta y libera a las explicaciones causales que moraban inquietas en el desván de la «mente» del paciente. Insistimos, no hay posibilidad alguna de interpretación ética sin formación del analista, análisis personal y supervisión de su trabajo.
Cualquiera de estos tres factores que no estén presentes en la labor desautorizan al interpretador. La interpretación es un trabajo productor de sentido, ya que interpretar no se reduce a desvelar un sentido oculto, de serlo el psicoanalista trabajaría bajo la premisa de la categoría vulgarmente extendida de «subconsciente», y la interpretación vendría a descubrir algo que oculto debajo de la conciencia. Por el contrario la interpretación no pone de relieve un sentido oculto, sino que es productora de sentido. Un ejemplo es el delirio que construye un paciente, que representa un modo de armar un relato propio sobre un fragmento de su existencia que le resulta imposible simbolizar.
Respecto al rechazo posible por parte del paciente de la interpretación que el analista le envía, no es a priori simple resistencia ni transferencia negativa. En ocasiones el paciente puede estar vislumbrando la omnipotencia del terapeuta, su impostura, voluntad de sometimiento o simplemente su impericia. [11. De Brasi, Juan Carlos. «Una perspectiva sobre la interpretación psicoanalítica». EPBCN Espacio Psicoanalítico de Barcelona.12 de mayo de 2012: https://www.epbcn.com/pdf/juan-carlos-de-brasi/ 2012-05-12-una-perspectiva-sobre-la-interpretacion-psicoanalitica.pdf]
Problemáticas de la alimentación: «anorexias»
La persona «anoréxica» invierte toda su energía, todos sus actos y pensamientos, en un síntoma: la «comida». El síntoma «anoréxico» viene a encubrir otras problemáticas en juego en la constitución de un sujeto. Implica sustituir preguntas existenciales tales como si «soy un hombre o una mujer», sustituyéndolas por afirmaciones enigmáticas tales «no como porque soy anoréxico», desembocando en ocasiones en desechar toda posibilidad de relación afectiva o sexual, girndo todo en torno al significante «comida» como también se observa en el toxicómano, cuyo mundo gira en torno a la sustancia tóxica.
En una carta enviada a Wilhelm Fliess conocida como el «Manuscrito G», Freud hace una de sus primeras menciones al padecimiento que se conoce como «anorexia mental», haciendo una articulación de esta afección con la melancolía:
El afecto correspondiente a la melancolía es el del duelo, o sea, la añoranza de algo perdido. Por tanto, acaso se trate en la melancolía de una pérdida.
La neurosis alimentaria paralela a la melancolía es la anorexia. Me parece (tras una buena observación) que la famosa anorexia nerviosa de las niñas jóvenes es una melancolía en caso de sexualidad no desarrollada. La enferma indicaba no haber comido simplemente porque no tenía ningún apetito, nada más. Pérdida de apetito = en lo sexual, pérdida de libido [1. Sigmund Freud. «Manuscrito G», Cartas a Wilhelm Fliess, Amorrortu, Buenos Aires, 1994, p. 98.].
El término anorexia, que proviene del griego a/an —negación—, orégo —apetecer—, ya fue utilizado por los médicos de la antigüedad clásica desde Dioscórides a Galeno.
Sorano por su parte, en su tratado ginecológico, asoció la anorexia con los caprichos de las embarazadas o con la menstruación [2. Fuente Diccionario médico-biológico, histórico y etimológico, dirección URL: http://dicciomed.eusal.es/palabra/anorexia.]. La primera aproximación a la anorexia nerviosa se debe a Richard Morton, que en 1689, en su Ciencia de la consunción o estudios sobre la consunción, describe el caso de una mujer de 18 años, de una delgadez extrema, que se priva voluntariamente de la comida sin que se descubra ningún motivo somático para ello. En 1873 el psiquiatra francés Charles Ernest Lasègue publica un trabajo titulado «De l’anorexie hystérique», y el médico inglés William W. Gull en 1868 describió la mayor parte de los síntomas que se asocian hoy a la enfermedad, utilizando la expresión apepsia hysterica.
La anorexia plantea varios problemas clínicos.
En primer lugar, el de si se trata de un síntoma o un síndrome asociado a algunas estructuras neuróticas o incluso psicóticas, si se consideran las distorsiones delirantes sobre la imagen propia del cuerpo, o perversas, o si en cambio se trata de una estructura particular, con entidad propia.
El sujeto anoréxico invierte toda su energía, sus actos, pensamientos, en un síntoma, la «comida». El síntoma «anoréxico» viene a encubrir otras problemáticas en juego en la constitución de un sujeto. Implica sustituir la pregunta sobre si «soy un hombre o una mujer», por la afirmación «no como porque soy anoréxico», que desemboca en terminar por desechar toda posibilidad de relación afectiva o sexual, como también se observa en el toxicómano, cuyo mundo gira en torno a la sustancia tóxica.
Las distorsiones delirantes de la imagen del cuerpo han llevado a algunos teóricos a considerar al fenómeno anoréxico dentro de los trastornos psicóticos, pero sabemos que la distorsión delirante de la realidad no es exclusiva de las psicosis. Lacan, refiriéndose a la anorexia mental, como así la llamaba, planteó aquellos casos en que la madre omnipotente no da lugar a que algo falte, donde la anorexia pasa a ser «un deseo de comer nada y no de no comer nada». Lacan puso en relación la anorexia mental, como así la llamaba, con la presencia de una madre «omnipotente», que no permite que nada falte a su hijo/a. En este caso, la anorexia pasaría a ser un deseo de «comer nada» y no de «no comer nada». El único modo que tiene el niño de que su madre todopoderosa fracase es «comiendo nada», y el niño pasa de este modo a ejercer el poder al precio de enfermar. En las anorexias, por lo general, hay una ausencia de la intervención del padre que ponga límite a la madre y le señale que no es todopoderosa, puesto que el padre también cayó bajo la sombra de la esposa-madre, pasando a ser un padre des-autorizado.
«(…) la anorexia mental no es un no comer, sino un no comer nada. Insisto—eso significa comer nada. Nada, es precisamente algo que existe en el plano simbólico. No es un nicht essen, es un nichts essen. Este punto es indispensable para comprender la fenomenología de la anorexia mental. Se trata, en detalle, de que el niño come nada, algo muy distinto que una negación de la actividad. Frente a lo que tiene delante, es decir, la madre de quien depende, hace uso de esa ausencia que saborea. Gracias a esta nada, consigue que ella dependa de él». [3. Jacques Lacan. «El falo y la madre insaciable», El seminario, libro 4: La relación de objeto, op. cit., p. 187.]
En relación al método psicoanalítico para el tratamiento de las diferentes neurosis, Freud afirma que:
«Del mismo modo que entre la salud y la enfermedad no existe una frontera definida y sólo prácticamente podemos establecerla, el tratamiento no podrá proponerse otro fin que la curación del enfermo, el restablecimiento de su capacidad de trabajo y goce. Cuando el tratamiento no ha sido suficientemente prolongado o no ha alcanzado éxito suficiente, se consigue, por lo menos, un importante alivio del estado psíquico general, aunque los síntomas continúen subsistiendo, aminorada siempre su importancia para el sujeto y sin hacer de él un enfermo» [4. Sigmund Freud. «El método psicoanalítico de Freud», O.C., p. 1006.]
Resalta Freud que el procedimiento terapéutico «es, con pequeñas modificaciones, el mismo para todos los cuadros sintomáticos de las múltiples formas de la histeria y para todas las formas de la neurosis obsesiva», salvo en aquellas formas de histeria, como las anorexias, donde se impone la necesidad de mitigar con rapidez el síntoma, como es obvio, ya que la salud física del enfermo está gravemente perjudicada, para luego, o paralelamente al proceso de contención y recuperación del deterioro físico y las graves consecuencias de la inanición, instaurar poco a poco el trabajo analítico a través de la palabra. En estas primeras fases del tratamiento, la implementación de un dispositivo de acompañamiento terapéutico va creando las condiciones de posibilidad de un tratamiento psíquico diluyendo los estados de confusión mental y depresivos de inactividad.
Las complicaciones médicas que conlleva el rechazo alimentario —disminución de la densidad mineral ósea, complicaciones gastrointestinales, trastornos endocrinológicos, etc.— dan a esta problemática una complejidad añadida. El rechazo a alimentarse es un síntoma que puede presentarse en muchos casos —problemáticas fóbicas, obsesivas, psicosis, etc.— y en diferentes edades. En las manifestaciones anoréxicas se observa que la necesidad vital de alimentarse entra en contradicción con la conducta manifiesta, esto es, el deseo de comer nada del anoréxico, sobre todo «si el Otro que tiene claro lo que necesita se entromete y en lugar de lo que no tiene le atiborra con la papilla asfixiante de lo que tiene, es decir confunde sus cuidados con el don del amor». [5. Jacques Lacan. «La dirección de la cura y los principios de su poder», Escritos, Siglo XXI, México, 2001, p. 608.]. Lacan sentencia que el niño al que alimentan con más «amor» es aquel que rechaza el alimento y juega con ese rechazo como si fuera un deseo, y añade:
A fin de cuentas, el niño, al negarse a satisfacer la demanda de la madre, ¿no exige acaso que la madre tenga un deseo fuera de él, porque es éste el camino que le falta hacia el deseo? [6. Ibídem.].
Si se consideran estos planteamientos e interrogantes que se abren sobre el deseo en la infancia, las incógnitas sobre la sexualidad, las necesidades y demandas de este período de la vida, el lugar del deseo materno y la eventual abstinencia del padre en ejercer su función como tal, el problema se presenta en toda su complejidad: buscar la causa desencadenadora de los trastornos de la alimentación en la influencia de la talla de la ropa que se publicita como proponen algunos enfoques médicos y psicológicos o limitarse a razones meramente estéticas para dar cuenta de los fenómenos anoréxicos —fenómenos que competen al territorio de las histerias o melancolías, donde siempre es el cuerpo sexuado lo que se esconde, difuminándose en la delgadez o en la gordura, tanto en los fenómenos anoréxicos como en los bulímicos— resulta por tanto desacertado o demasiado simplista. Por tanto, para el tratamiento de estos fenómenos que implican un padecimiento claramente histérico, ¿es suficiente confrontar al anoréxico con su cuerpo reflejado en un espejo?; ¿el cuerpo frágil y delgado que «ve» el anoréxico es el mismo cuerpo que ve el médico y los terapeutas que lo observan?; ¿se puede convencer al paciente de que su vida está en peligro?; ¿tiene algún valor clínico el consejo nutricional? La multiplicidad de los procesos psíquicos en juego no se domeñan queriendo o forzando al anoréxico a que se alimente. Los pacientes con problemáticas anoréxicas mantienen sus «facultades mentales» intactas, es decir, responden a la que podríamos llamar lógica cotidiana, excepto en lo que respecta al alimento, por lo que es habitual que para un paciente de larga duración sus cercanos consideren normal que esté extremadamente delgado como si esto fuera una característica de su «personalidad» o estilo de vida, puesto que puede llegar, en muchos casos, un momento en que el paciente ya no transmite sufrimiento, o mejor dicho, no manifiesta verbalmente sufrimiento.
La anorexia la observamos como el rechazo de toda satisfacción, es decir, el mantenimiento persistente de un deseo insatisfecho a cualquier precio, consiguiendo así que ese deseo se mantenga eternamente vigente: «Cuando en alguna época de mi vida he alcanzado algo de peso y mejoró mi aspecto físico, sentí mucho miedo de que ese momento de satisfacción se acabara», verbalizó una paciente anoréxica en una sesión. La misma paciente afirmó en otra ocasión que con la desaparición de la menstruación había dejado de ser mujer, y por consiguiente de sentirse deseada, «lo que», añadió, «a veces me alivia».
Un síntoma, que cumple la función, entre otras, de mantener oculto un deseo inaceptable, es decir, satisfacer el deseo de mantener un deseo insatisfecho, puede ser considerado un signo —tal como lo contempla la medicina, por ejemplo, delgadez extrema como signo de anorexia— o puede ser considerado un significante a partir del cual el analista invitará al paciente que lo sufre a hablar sin ser cuestionado ni taponado con una explicación causalista circular —como por ejemplo: «Ud. no come porque padece anorexia»—, que fija al paciente en su síntoma, pasando este último a ser una seña de identidad, como pudiera ser la lengua que habla o el color de los ojos.
Una paciente relató en una sesión lo insoportable y desagradable que era para ella ver como su padre miraba los cuerpos de las mujeres por la calle; evidentemente no puede atribuirse a la mirada que su padre tenía sobre las mujeres el origen de un padecimiento anoréxico, pero la compleja red de elementos psíquicos alrededor de esa forma de mirar del padre o la significación de dicha mirada paterna que construyó la paciente puede ser una de las innumerables aristas sobredeterminadas —inconscientemente— del que podríamos llamar el fractalpsíquico.
Los conceptos freudianos han sido erosionados de forma paulatina en ocasiones y torpe en otras por las propias autodenominadas escuelas psicoanalíticas. La aparente incomprensibilidad de algunos de dichos conceptos o el intento de vulgarizarlos para que lleguen al habla común, o el temor ante la feroz crítica de los aparatos de poder oficiales, ya sean éstos académicos o sanitarios, por la aparente falta de valor científico de los mismos, en un intento de congraciarse con dichos poderes por parte de algunas de las corrientes psicoanalíticas, han llevado a éstas a rechazar por ejemplo un concepto crucial como el de «pulsión de muerte», sin el cual cualquier práctica que pretenda enmarcarse dentro del «psicoanálisis» no es más que una psicoterapia centrada en la «psicología del yo», [7. Con el nombre de «psicología del yo» se conoce a una corriente desviada del psicoanálisis que surge en los EE.UU. que considera al yo —que en realidad es el síntoma fundamental del sujeto— el centro de la vida anímica de los «individuos» en detrimento del ello, el superyó y por tanto del inconsciente.] que pretende reforzar a éste, a la llamada «auto-estima» del sujeto y que por tanto desconoce el inconsciente.
No se puede forzar a un paciente a que coma, esto sólo consigue que el paciente se revuelva y defienda con su propia vida el no querer estar satisfecho. En el empuje a la muerte, no solo biológica, que se manifiesta en la anorexia a través de un cuerpo asexuado, el sujeto anoréxico se comporta como si la anatomía no existiese, tal como ocurre en las parálisis motrices orgánicas e histéricas [8. Sigmund Freud. «Estudio comparativo de las parálisis motrices orgánicas e histéricas», O.C. p. 19.].
Esclavitudes contemporáneas…
El control social que se ejerce sobre los sujetos cambia con las épocas sociales e históricas, pero en esencia es el mismo que ya enunció Marx hablando de la esclavitud del «fetichismo» de las mercancías o el propio Heidegger[nota][1. Martin Heidegger. «La época de la imagen en el mundo», en Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 2000.] al plantear la esclavitud de la imagen, así como David Hume que nos alertó del señuelo de la conexión necesaria. [nota] [2. David Hume. Investigación sobre el conocimiento humano, Alianza, Madrid, 1996, p. 94.] Fenómeno observable en el ámbito de la «salud mental», con tendencia a atribuir a cada efecto (un síntoma) —por ejemplo, una fobia— una causa objetiva que puede dominarse a través de un fármaco, un consejo o una técnica de modificación de conductas.
Los manuales de autoestima, los programas de radio y de televisión con consejos sobre técnicas de control orgásmico, la cirugía estética con la promesa que la mirada que el sujeto recibe cambiará, las baterías de test de evaluación de la personalidad o del nivel de autoestima o ansiedad, van generando una lenta psicotización de los ciudadanos. Efectos que observamos, a través del relato de los pacientes sometidos a la servidumbre del sexo, es decir, a la genitalización de la sexualidad: sujetos apabullados por consejos, consignas, estadísticas sobre el rendimiento sexual, etc., ya que como señala Juan Carlos De Brasi «…en el sexo quizá, se está jugando el mayor nivel de explotación que conoce la historia del hombre», [nota] [3. Juan Carlos De Brasi; Emilio González. La sexualidad y el poder desde el psicoanálisis (I), EPBCN; Barcelona, 2009, p. 26.] explotación auspiciada por la industria cosmética, farmacológica, la cirugía plástica o la soberanía del cuerpo y del sexo propios.
En «El malestar en la cultura» [nota] [4. Sigmund Freud. «El malestar en la cultura», O. C., p., 3025.] Freud destaca que el sufrimiento nos amenaza por tres lados:
desde el propio cuerpo, condenado a la decadencia y a la aniquilación, sin poder prescindir de los signos de alarma que representan el dolor y la angustia;
del mundo exterior, capaz de encarnizarse en nosotros con fuerzas de la naturaleza destructoras omnipotentes e implacables;
de las relaciones con otros seres humanos.
El sufrimiento que emana de esta última fuente, nos dice Freud, quizá nos sea más doloroso que cualquier otro, pero es en este territorio vincular donde el sujeto puede hacer algo más. Así mismo, la finalidad de evitar el sufrimiento relega a un segundo plano la de lograr el placer y en todo caso las tentativas de alcanzar éste pueden llevarnos por caminos muy distintos: por un lado la búsqueda de la satisfacción ilimitada de todas las necesidades se impone como la conducta más tentadora, pero esto significa preferir el placer y el goce a la prudencia y a poco de practicar esta búsqueda un sujeto, cuando faltan los límites que la encauzan, emergerán consecuencias en principio no deseadas.
La evitación del sufrimiento, destaca Freud, puede buscarse por diferentes caminos, diferenciándose éstos según la fuente de displacer a la que se concede máxima atención; estos caminos serían:
el aislamiento voluntario, el alejamiento de los demás, que sería el método de protección más inmediato contra el sufrimiento susceptible de originarse en las relaciones humanas;
el recurso a la química, a través de la intoxicación con sustancias cuya presencia en la sangre o en los órganos proporcionan sensaciones placenteras de fuga momentánea que producirá una felicidad paradójica, modificando nuestra sensibilidad, proporcionando proporcionando un «placer» inmediato, sin mediación de la palabra, que da una aparente independencia del mundo exterior: «… los hombres saben que con ese “quitapenas” siempre podrán escapar al peso de la realidad, refugiándose en un mundo propio que en realidad no les pertenece». [nota] [5. Ibídem. p. 3026.]
Otra posible vía para evitar el sufrimiento, afirma Freud, consiste en reorientar los fines pulsionales eludiendo la frustración del mundo exterior a través de la sublimación de las pulsiones, cuyo sendero sería, por ejemplo, el proceso creador del artista o el trabajo de los oficios artesanales, que a su vez incorporan al sujeto a la comunidad humana:
«La posibilidad de desplazar al trabajo y a las relaciones humanas con él vinculadas una parte muy considerable de los componentes narcisistas, agresivos y aun eróticos de la libido, confiere a aquellas actividades un valor que nada cede en importancia al que tienen como condiciones imprescindibles para mantener y justificar la existencia social. La actividad profesional ofrece particular satisfacción cuando ha sido libremente elegida, no obstante, el trabajo es menospreciado por el hombre como camino a la felicidad. No se precipita a él como a otras fuentes de goce.» [nota] [6. Ibídem. n. 1.693, p. 3027.]
Observamos hoy día un menosprecio por los oficios y por el trabajo por parte de los estados e instituciones, -por ejemplo, el paulatino desmantelamiento de las escuelas de Formación Profesional- consecuencia quizá de una intrincada y sutil o grosera trama de relaciones económicas que prometen un acceso a la «felicidad» a través de la supuesta inmediatez de los objetos.
Como ya anticipara Freud:
«La inmensa mayoría de los seres sólo trabaja bajo el imperio de la necesidad y de esta aversión y problemática humana al trabajo se derivan los más dificultosos problemas sociales [7. Ibídem.]. A su vez, quien vea fracasar sus esfuerzos por alcanzar esa felicidad, «aun hallará consuelo en el placer de la intoxicación crónica, o bien emprenderá esa desesperada tentativa de rebelión que es la psicosis». [8. Ibídem. p. 3030.]
Jornadas «Las opresiones de la Psiquiatría Institucional», en Enclave de Libros con Manuel Desviat y Pilar Palao. Enlace de las Jornadas