La creación periódica de nuevas categorías psicopatológicas en el campo de la «salud mental» manifiesta el modelo de medicalización que utilizan los organismos responsables de clasificar las enfermedades mentales. Como sucede con el llamado síndrome del «burnout» o del «quemado», con la atribución causal directa a las condiciones laborales de las problemáticas psíquicas y anímicas de los trabajadores. Sin duda ninguna, que las condiciones laborales tendrán efecto en el estado psíquico y físico de los trabajadores, sobre todo si son precarias o directamente de explotación.
En 1974, Herbert J. Freudenberger realizó la primera descripción de este síndrome[1] que fue incluido en la edición CIE-11, en el capítulo 24 («Factores que influyen en el estado se salud o el contacto con los servicios de salud»), en la subcategoría «Problemas asociados con el empleo o el desempleo», con la codificación QD85 como «Síndrome de desgaste ocupacional».
El manual lo define como resultado del sometimiento por parte del trabajador a un estrés crónico en el lugar de trabajo que no ha manejado con éxito.
El síndrome se caracteriza por tres dimensiones:
1) Sentimientos de falta de energía o agotamiento.
2) Aumento de la distancia mental con respecto al trabajo, o sentimientos negativos o cínicos con respecto a este.
3) Sensación de ineficacia y falta de realización. El síndrome de desgaste ocupacional se refiere específicamente a los fenómenos en el contexto laboral y no debe aplicarse para describir experiencias en otras áreas de la vida.[2]

Al valorar estos criterios, consideramos, por un lado, la existencia de ciertas limitaciones conceptuales en la definición del síndrome de «burnout» (por cierto, otro término importado de la concepción cultural anglosajona, que, afortunadamente, por el momento, no ha sido aceptado por la RAE) y, por otro, el ocultamiento de una problemática más compleja con la introducción de una nueva categoría psicopatológica.
La creación periódica de nuevas categorías psicopatológicas manifiesta el modelo de medicalización que utilizan las organismos responsables de clasificar las enfermedades mentales; en este caso, la atribución causal directa las condiciones laborales de las problemáticas mentales en los trabajadores.
Sin duda ninguna, que las condiciones laborales tendrán efecto en el estado psíquico y físico de los trabajadores, sobre todo si son precarias o directamente de explotación. Del mismo modo, es obvio que no todos los trabajadores responden de la misma manera ante una misma situación laboral. Algunos la soportan, otros se derrumban y los que tienen posibilidades, escapan de ella.
En la producción de todo malestar o trastorno psíquico participan en su producción tanto factores de la realidad externa como factores sobredeterminados de la realidad interna de los sujetos. Del resultado de la conjunción lógica, conflictiva y dialéctica de ambos, emergerán o no síntomas o trastornos. A nuestro criterio, no consideramos necesario la creación ni el uso de un término que englobe diversas problemáticas ya conocidas. Uno de los efectos inmediatos de su formulación es la aparición de cursos y «másteres» para la formación de «expertos en burnout», incluso en la ya tan extendida modalidad «online», que prometen la especialización en la nueva patología, así como el surgimiento de consultas psicoterapéuticas y sociedades de consultoría privadas que ofrecen asesoramiento y «coaching» a empresas, sindicatos y a los propios trabajadores afectados por esta psicopatología. Según sus promotores, consultoras y universidades privadas, en busca de un nuevo mercado y clientes, estos másteres en burnout se ofrecen con la promesa de que «están diseñados para profesionales que buscan profundizar en el conocimiento y las habilidades necesarias para prevenir, identificar y manejar el «burnout» en el ámbito laboral, tanto a nivel individual como organizacional».
Cabe destacar que incluso organizaciones sindicales promueven los informes sobre esta «enfermedad» publicados por consultoras, como el de la empresa británica Robert Walters, especializada en la materia y dedicada al «Industry Recruitment» (reclutamiento industrial), que ofrece una guía para empresas con «10 claves para prevenir el “síndrome del trabajador quemado”», que recoge un sindicato nacional y difunde en su propia página web para «ayudar a combatir un trastorno cada vez más común entre la población activa, agregando que: «Asegurarse de que los empleados se sientan recompensados por su trabajo es fundamental para mejorar su satisfacción laboral, y prevenir el síndrome de burnout».[3]
Resulta cuando menos extraño que un trabajador recurra a una consulta privada, a los propios servicios médicos de la empresa en la que trabaja o al médico de Atención Primaria, porque padece un «síndrome de burnout», y que incluso se lo diagnostiquen, cuando, en realidad, tras ese sufrimiento real, se pueden estar ocultando situaciones personales complejas sumadas a unas condiciones laborales a las que, en situaciones extremas, se han denominado desde siempre explotación laboral, en un sociedad donde precisamente, es cada vez más difícil alcanzar (incluso en las sociedades industriales más avanzadas, y quizá por eso mismo) ese «estado positivo de bienestar» que declaró hace ya tiempo la OMS.
Según los propios informes de la OMS, una de cada ocho personas en el mundo sufre algún trastorno mental y un 24% padecerá algún trastorno psicopatológico a lo largo de su vida, de lo cual se deduce la necesidad de que los organismos públicos desarrollen programas de prevención e higiene mental eficaces[4] contra esta pandemia de enfermedades mentales.
En el caso de que se diagnosticara este síndrome a un trabajador, quizá sería pertinente considerar la posibilidad de que tuviera potenciales conflictos psíquicos previos y de que, en todo caso, las circunstancias y las condiciones laborales pasaran a ser un factor desencadenante.
En nuestro medio, rara vez se valora estadística y científicamente el estado psíquico de los trabajadores sanitarios y de los educadores, dos gremios expuestos a situaciones complejas que brindan un servicio esencial para la sociedad, ni se llevan a cabo programas preventivos de psicohigiene laboral.
En cuanto al resto de oficios, ¿cómo habría que valorar los factores de riesgo para ser afectados por «burnout» para los mineros, temporeros, estibadores o los obreros que se suben a un andamio cada día?

Por ello, quienes ejercemos nuestra profesión sociosanitaria desde una orientación psicoanalítica consideramos esencial el análisis personal, ya que es la mejor manera que conocemos de valorar, descubrir y trabajar nuestros propios conflictos psíquicos y anímicos, así como nuestros deseos y frustraciones, además de ser también un imperativo ético para el ejercicio de nuestra práctica.
Un argumento débil a favor de la noción del trabajador «quemado» es considerar que, si se apuntan a las condiciones de trabajo, sería más fácil determinar el problema que padece el trabajador para solucionarlo[5]. Incluso, lo que es más delicado, en el caso de ser diagnosticado, el propio trabajador puede refugiarse en la etiqueta para evitar afrontar otras vicisitudes de su propia existencia y justificar la imposibilidad de resolverlas.
Obviamente, si se resolvieran los factores de precariedad o las condiciones laborales negativas, se eliminaría un factor esencial en el desarrollo de problemáticas mentales. Pero pensar que es el único factor es una hipótesis psicológica ilusoria.
Este tipo de razonamiento reduce el análisis de problemáticas complejas a una ecuación lineal de primer grado { y= f(x)}, incorporando las variables resultaría:
{burnout = f(condiciones laborales)}
Es un razonamiento similar al que en los años sesenta, partiendo de un psicoanálisis mal entendido producto de una lectura errónea, consideraba que las enfermedades nerviosas se debían a la represión sexual de los impulsos y deseos y que, una vez liberados, se resolverían. Sigmund Freud lo llamó «pansexualismo», extrapolándolo a nuestra crítica, aquí sería algo así como un «panlaborismo» que ignora la etiología social y pulsional de las neurosis. Tampoco puede explicarse con el término «burnout» cómo algunos trabajadores, que pudiendo cambiar o dejar un empleo que los explota, no lo hacen.
En El porvenir de una ilusión, Freud hace referencia a estas situaciones, donde el oprimido se mantiene ligado al opresor, y destaca:
«Esta identificación de los oprimidos con la clase que los oprime y los explota no es, sin embargo, más que un fragmento de una más amplia totalidad, pues, además, los oprimidos pueden sentirse afectivamente ligados a los opresores y, a pesar de su hostilidad, ver en sus amos su ideal»[6].
Todo aquel que trabaja en salud mental ha podido observar con detalle estas situaciones en las que personas se mantienen en el lugar de víctimas, a pesar de poder salir de él, ya sea en el trabajo, la pareja o el entorno social. Del mismo modo que el psicoterapeuta o el médico deben ser agentes activos de salud y no técnicos de «lo mental», al etiquetar al paciente, dependiendo de su carácter, se puede producir un efecto iatrogénico, tomar una actitud pasiva de víctima.

El desgaste profesional y el trabajador sanitario
Los trabajadores de un equipo terapéutico deben tener un espacio propio para analizarse, supervisar su trabajo y dar cuenta de él y de su posición respecto al mismo, es decir, el modo en que se sitúa ante su trabajo, ya que la gestión de los propios afectos, fantasías y pasiones que puedan enturbiar una relación terapéutica compete a todos los integrantes de un equipo terapéutico.
Respecto al análisis personal que puede llevar a cabo un sujeto, Jacques Lacan destaca un hecho, que consiste en que por más analizado que esté un sujeto, siempre habrá un resto, algo que no podrá ser analizado. Diremos que el inconsciente, a la vez que se muestra, escapa como el agua entre los dedos. Sin embargo, la experiencia propia del análisis advertirá al trabajador de ello y le permitirá sostenerse en su oficio.
Los vaivenes afectivos que oscilan entre el amor y el odio son estructurales en todo sujeto humano, ante lo que Lacan llega afirmar, respecto al analista, que:
(…) cuanto mejor esté analizado, más posible será que esté francamente enamorado, o francamente en estado de aversión, de repulsión, sobre los modos más elementales de las relaciones de los cuerpos entre ellos, en relación a su partenaire. (…) si el analista realiza algo así como la imagen popular, o también la imagen deontológica, de la apatía, es en la medida en que está poseído por un deseo más fuerte que aquellos deseos de los cuales puede tratarse, a saber, el de ir al grano con su paciente, tomarlo en sus brazos o tirarlo por la ventana[7].
¿Quién que haya trabajado o trabaje con pacientes, sea cuál sea su área y función que fuere, como voluntario, médico, enfermero, psicólogo, trabajador social, etc., no ha experimentado en alguna ocasión lo que Lacan señala en la última frase de la anterior cita?
Uno de los efectos de la falta de psicoterapia personal de los trabajadores sanitarios, puede llegar a ser el llamado síndrome de «burnout», conocido como síndrome del «quemado» en el ámbito hispanohablante o también llamado síndrome de «desgaste profesional».[8] Con esta expresión diagnóstica, como hemos señalado, se hace referencia a un complejo sintomatológico que se manifiesta fundamentalmente manifiesto en agotamiento físico y psíquico, una pérdida de interés por la labor que se realiza y una reacción negativa e incluso hostil hacia el trabajo, los superiores y, en el caso de un trabajador sanitario, a los propios pacientes a los atiende.
El análisis y psicoterapia personal permite al trabajador valorar los aspectos que conforman su situación personal y profesional, y prevenir, en cierto modo, que se lleguen a producir situaciones tan negativas para él, sus allegados, la institución en la que trabaja y, lo que es más grave, los pacientes a los que (des)atiende, que terminan siendo depositarios de la frustración, la apatía o la angustia que puede sentir el profesional.
Con la etiqueta psicodiagnóstica «síndrome de burnout» se puede estar enmascarando, en realidad, una problemática simple o grave del estado psíquico de un profesional sanitario que, por lo general, no se resuelve con una baja o incapacidad laboral temporal, ni con un descanso vacacional, situaciones que tan solo pueden estar encubriendo la problemática de base, corriéndose el riesgo de que la institución donde desempeña su tarea el trabajador termine siendo depositaria de sus conflictos no resueltos, que se entremezclan con los que genera el propio centro sanitario.
Como señala Jorge L. Tizón:
«¿no será que nos duele decir de nosotros mismos y nuestros compañeros que están o estamos deprimidos, ansiosos, con problemas relacionales o de relación en el trabajo irresolubles? ¿O es que el trabajador manual o el ejecutivo de altos vuelos, pueden estar deprimidos, ansiosos o, en general, padecer trastornos psicopatológicos y nosotros, los miembros de las profesiones asistenciales, necesitamos una terminología especial?»[9]
Los estudios científicos sobre esta problemática señalan que los síntomas que componen este síndrome pertenecen a trastornos de ansiedad, trastornos depresivos, trastornos de personalidad y adaptativos, entre otros [10] [11].
El síndrome «burnout», es decir, el conjunto de síntomas y trastornos psíquicos que generados no solo por las condiciones laborales, sino también por las sociales, familiares y económicas de nuestra sociedad, no se resuelve solo con dar descanso al trabajador (una especie de tregua), con una baja temporal, con técnicas de relajación (que sin duda pueden ser un buen complemento) o de sugestión como la «desensibilización y reprocesamiento por movimientos oculares (EDMR) para superar el estrés laboral», como prometen algunos centros psicológicos privados.
A nuestro entender, estas prácticas, que pueden llegar a ofrecer las propias empresas a sus empleados, facilitan una posición apolítica y neutral en quienes las ejercen, sin perspectiva ideológica ni sindical, al aceptar que el sistema es el que hay y que solo pueden modificarse condiciones particulares y puntuales, lo que simplifica un problema que es mucho más profundo y complejo que atraviesa nuestras sociedades avanzadas y, con mucha mayor gravedad, las que lo son menos. En ese sentido, la práctica en salud mental no puede ser apolítica, no se puede atender el sufrimiento o el desamparo de un sujeto sin tener en cuenta el territorio social que habita, su contexto y su situación particular, tal como contempló la Ley de Salud Mental Comunitaria (Community Mental Health Act, CMHA) de 1963, promulgada por el Congreso de los EE.UU., más allá de los insatisfactorios resultados de su aplicación.[12]
Las primeras víctimas sanitarias de este esta situación de medicalización (y en ocasiones son responsables de ello al igual que psicoterapeutas y educadores) después de los pacientes y su entorno, son los médicos de Atención Primaria, que son los primeros que reciben la demanda de atención y no siempre cuentan con los recursos formativos necesarios para afrontarla en las mejores condiciones.
Volvemos a lo que hemos comentado aquí con insistencia: nos referimos a la necesidad de mejora de los sistemas de formación continuada así como cuidar a quienes nos cuidan, es decir, en este caso, a los trabajadores sociosanitarios en todas sus especialidades. Del mismo modo que no se deben apagar los incendios forestales con voluntarios, sino con bomberos profesionales que cuenten con los recursos necesarios para realizar su encomiable trabajo de manera eficaz, protegidos y sin riesgos; (mientras escribimos este párrafo, se están produciendo una cantidad alarmante de incendios en gran parte del territorio, que se ha cobrado ya la vida de una decena de trabajadores, varios de ellos voluntarios).
Si consideramos el término «quemado» como un adjetivo y no como una categoría psicopatológica, por ejemplo: «me siento quemado», o «estoy quemado», la expresión dicha de este modo tiene un sentido inefable. Manifiesta la expresión máxima de impotencia y agotamiento que pueda sentir un sujeto, que trasciende lo físico corporal. Si damos por válido el término «quemado», es para que el sujeto en tratamiento puede llegar a con-moverse desde el lugar en el que se encuentra y no compadecerse, lugar que puede ser de abatimiento o resignación, para comenzar a ponerle palabras y analizar su estado:
- ¿Cuáles son las circunstancias reales o percibidas de mi trabajo actual?
- ¿Cuáles son las circunstancias reales o percibidas de mi vida personal (fuera del trabajo)?
- ¿Cuándo empecé a darme cuenta de que estaba tolerando situaciones impropias, injustas, de explotación, exigencia extrema, etc. (en el trabajo)?
- ¿Cuánto tiempo llevo en ese estado?
Para dar paso paralelamente al análisis en otros ejes:
- ¿Me gusta el trabajo que hago, más allá de las circunstancias?
- ¿Es esto a lo que quería dedicarme? ¿Esta profesión o actividad está dentro del orden de mi deseo?
Sin extendernos más, evidentemente este «cuestionario» no es para dárselo al paciente, ni para comenzar a hacerle un interrogatorio en las sesiones psicoterapéuticas.
Estas preguntas deben emerger en la narrativa del paciente a medida que transcurre los encuentros terapéuticos y en todos los momentos de su vida.
El tratamiento psicoterapéutico debe pasar a ser para el sujeto el centro de su vida, el acto de deliberar consigo mismo, en soledad y en compañía de sus terapeutas. Si el término «quemado» opera en ese sentido, es decir, como compuerta y esclusa para que el sujeto deje poco a poco de habitar la sentina en la que se convirtió su vida, entonces en el término habrá cumplido su función.

[1] Freudenberger, Herbert J. (1974) «Staff Burnout». Journal of Social Issues, 30(1), 159-165. http://dx.doi.org/10.1111/j.1540-4560.1974.tb00706.x
[2] Organización Mundial de la Salud. OMS. (2022). CIE-11. Clasificación Internacional de Enfermedades, 11ª revisión. Obtenido de CIE-11 para estadísticas de mortalidad y morbilidad: https://icd.who.int/browse/2025-01/mms/es#129180281
[3] La consultora británica dedicada a la selección (reclutamiento) de personal, señala en su página que: «El síndrome del trabajador quemado o burnout es una enfermedad en auge tras las consecuencias económicas, sociales y laborales del coronavirus. El 82% de los profesionales ha sufrido este trastorno alguna vez durante su vida laboral»; con esta consigna promociona su servicios con «10 prácticas clave para prevenir el “síndrome del trabajador quemado”». Recuperado en: https://www.robertwalters.es/insights/consejos-de-contratacion/blog/10-practicas-clave-prevenir-burnout.html
[4] Bleger, José. Psicohigiene y psicología institucional, pp. 27-29.
[5] Tizón, Jorge L. «¿Profesionales quemados, profesionales desengañados o profesionales con trastornos psicopatológicos?», p. 328.
[6] Freud, Sigmund. «El porvenir de una ilusión», Obras Completas, Tomo VII. Madrid: Biblioteca Nueva, p. 2966.
[7] Lacan, Jacques. (2003). La transferencia. El Seminario. Libro 8. Traducción de Enric Berenguer. Paidós: Buenos Aires, p. 214.
[8] Acosta Torres, José; Morales Viera, Lexa; Álvarez Gutiérrez, Gretel; Pino Álvarez, Yamila. (2019). «Síndrome de desgaste profesional en médicos del Hospital Docente Pediátrico Cerro». Revista Habanera de Ciencias Médicas, 18(2), 336-345. Recuperado en: http://scielo.sld.cu/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1729-519X2019000200336&lng=es&tlng=es.
[9] Tizón Jorge L. (2004). «¿Profesionales quemados, profesionales desengañados o profesionales con trastornos psicopatológicos? Atención Primaria; 33(6):326-30. doi: 10.1016/s0212-6567(04)70801-x. PMID: 15087078; PMCID: PMC7676121.
[10] Mingote Adán, José Carlos. (1998). «Síndrome burnout o síndrome de desgaste profesional». Revista: FMC Formación Médica Continuada en Atención Primaria, ISSN 1134-2072, Vol. 5, Nº. 8, págs. 493-503.
[11] Moreno Jiménez, Bernardo; Gálvez Herrera, Macarena; Garrosa Hernández, Eva; Mingote Adán, José Carlos. (2006). «Nuevos planteamientos en la evaluación del burnout. La evaluación específica del desgaste profesional médico». Atención Primaria; 38(10):544-9. https://doi.org/10.1157/13095925
[12] Erickson, Blake. (2021). «Deinstitutionalization Through Optimism: The Community Mental Health Act of 1963». American Journal of Psychiatry Residents’ Journal. 2021 Jun;16(4):6-7. doi: 10.1176/appi.ajp-rj.2021.160404. Epub 2021 Jun 11. PMID: 37089526; PMCID: PMC10116376

